jueves, 19 de mayo de 2011

LA BALADA DEL PÁJARO TINTO (2005 Ediciones del viento)






La balada del pájaro tinto






“En nuestras tinieblas, no hay lugar para la belleza.
Todo el lugar es para la belleza”

René Char






 

Nacimiento de la poesía


Me abro el pecho con las manos
y sale del hueco una mujer violenta
que agita entre mis huesos la palabra.

Así nacen mis leopardos, por el monte detenido,
mis banderas.






Canción de la bienhallada


Tú sabes,  
he cruzado los siete mares, transitando puertos y mercados
y todo lo he visto o casi todo.

El recuerdo entonces, el recuerdo tenía la espesura de la bruma.
Obreros en Belfast soportando una viga,
ante la vista inútil de los curiosos burgueses.
El alivio de un viajero, a la sombra de una mezquita en Marraquesh.
La isleña aquella de los guacamayos en el pelo.
Las manos del viejo tejedor de juncos, en un muelle de Shangai.
El hombre de traje hablando solo,
sentado en la gramilla de un parque de Quebec.
La prostituta ciega de Singapur.
El acróbata malayo y asombroso.

Pero, ahora, tú has venido
y cada detalle retenido cobra la estatura de la luz.
Quiero decir, que todo lo he soñado de pie bajo la lluvia.
Quiero decir, que la pantalla de tus ojos, es el único mundo que yo habito,
de donde nunca he salido, de donde nunca saldré,
porque fuera de ti me moriría de frío.

¡Ah desbordadora!
Tú llegaste golpeando mis pupilas.
Tú llegaste, semejante a la frágil hojarasca,
que mueve la paz en el bosque del olvido.
Y yo como un antílope sediento, quise beber del agua titilante, 
                   ante el rayo de ámbar que asila tu mirada.
Fue por verte así, que dios me hubiera arrancado las amarilluras del ojo.
Fue por verte así, bajo el oscuro animal de rica pedrería,
                   que pude haber sido destrozado por la hélice del trueno.
Luego, hundido en la noche hasta el cuello,
por las calles, perdido,  
sonámbulo de ti, te perseguí como al sueño.


Pero llegó el otoño con su guitarra de bodas,
desterró al dromedario de la soledad,
y nos reunió como a dos gitanos - esos equilibristas -
para conjurar a los peligros indecibles.

¡Oh graciosa vara de benjuí!
¡Bella potranca salpicada por la noche!
¡Juntos comprendimos la estación de la madera!

Y cuando vienes a mi, no vienes sola,
traes en tu paso la espuela ribereña
y en ella resuenan las cosas más amadas.

Nada. Ya nada podrá separarnos,
porque la razón de nuestros cuerpos,
es más poderosa que la espada poderosa de la muerte.
Nada. Ya nada podrá separarnos,
ni las pequeñas derrotas cotidianas,
ni el artificio de oro de los tontos,
ni el esplendor de los deseos pasajeros,
ni el ácido rumor de los antiguos adioses.

Te amo más que a los caballos de la infancia.
Te amo más que a los árboles aquellos.
Te amo más que a la sombra del abuelo,
que abrigaba mi natal melancolía.

Y cuando te duermes con tu mejilla de paz roja
sobre el barrial de mi pecho,
siento tus cabellos crecer y tus uñas crecer
y tomo de tu aliento la redondez terrestre,
         para que en mi sueño no falten las naranjas.

Y cuando el índice del sol, toca nuestro lecho,
las primeras palabras del día, en nuestro lecho, son hermosas.
Más que la claridad perfecta, de un jardín de castaños en Bombay
o que el anillo solar del sombrero campesino, en el viñedo.


Y cuando atravesamos la ciudad doliente,
a veces clamorosa, pero fascinante y doliente,
tú y yo abrazados, como en los himnos de octubre,
atraídos siempre por las anchas avenidas,
siempre conmovidos por las veredas tristes,
sabemos que jamás volveremos a partir,
de la ojera soleada de nuestra unión irrebatible,
porque la dulce integridad de nuestro amor, es tan verdadera
         que ya no arrancaremos las lilas a la sangre.

¡Oh graciosa vara de benjuí!
¡Bella potranca salpicada por la noche!
¡Juntos, juntos comprendimos la estación de la madera!






Puente


Quiero que mis manos sean extensión de ti,
y que mis brazos se continúen en ti,
y que yo sea de ti, como lo es la arena, del desierto.

Para no quedar desierto de ti,
arena sin tu sol,
polvo solo.






Descubrimiento de la calle del pájaro tinto


¿Conoce usted la calle lindera con el río
y las casas flotando sobre enormes pilotes
y el bodegón anclado con rústicos maderos
y los robustos marineros fundadores.
¿Mujeres tatuadas y esbeltas, artesanos,
alucinantes niños, la turbia marejada?

De la estación de trenes camine hasta la costa
y allí descubrirá -tendida en La Lucila-
la calle en la que alumbra la lámpara fastuosa
del tábano del whisky, junto al rumor del agua.

Con mi blues bastardo y mi euforia voy por ella,
como si una Harley Davidson, me traspasara el ojo.






Memoria del ciego


Mis ojos están atados a ti
y cuando te alejas voy y vengo ciego.

Arde la noche con su estaca pavorosa
y aquí abajo – solo y desnudo – tirito ¡dios mío!
Mientras, asustados, los perros de la pena,
muerden mi mano y las palabras.

¿Cómo haré para matar al dolor con el mudo cuchillo de la espera?

Las frías calles de la ciudad maldita, aúllan tu nombre,
¡Ay! en esta ciudad alzada desde ti, como un reino de las apariciones.

Algo nunca dolió tanto, en el sedal del tiempo,
tanto, pero tanto, que hasta la muerte huye,
con su terrible perfume de leopardo,
ya espantada por las marcas de mi rostro,
dejándome otra vez solo y desnudo,
tiritando ¡padre! aquí abajo.

Porque tu ausencia dura más que la muerte
y es más larga esta noche que mi vida.

¿Dónde está la luz de mi faisán?
¿Dónde están mi sol y mi carruaje?
¿Dónde estás con mis trofeos, amor mío?

Aquí, detenido, tan lejos de mí,
debo urgentemente conciliar el sueño,
con la piedra escandalosa de la desolación.

Se trata pues de partir o regresar,
al país amarillo de tu canto.






3 poemas


El amor es un planeta.

Tú y yo –cada uno por su lado-
salíamos en las noches a contemplar las estrellas,
sin conocernos,
sin nombrarnos,
sin jamás saber del otro.
Pero un día,
envuelta en tu pelo, como una temporada inolvidable,
cruzaste delante de mí

Y aquel día, ese planeta, me estalló en la frente.

***


Cuando escribo ¿El poema continúa las líneas de mi rostro?
y mi mano, mi mano es conducida ¿Por qué parte de mí?

Eres tú quien decide las líneas de mi rostro,
el poema, 
tú diriges mi mano si estás cerca o lejos.

Soy un pájaro indeciso, buscando en el papel,
un lenguaje castaño, para descifrar tus ojos.

***


El amor nos hace y en el hacer,
resplandecemos el uno en el otro,
el uno con el otro.

La plenitud de los cuerpos encendidos,
cubre de ardor la noche silenciada.

Al dormir abrazados, ambos sabemos
que detrás de la quietud del sueño,
nos une esta honda tristeza irrevocable.






El beduino


Con mi cimitarra de oro moldearé, la arena para que tú duermas.

Con mis manos moras,
levantaré la tienda que proteja tu rostro de la noche,
                  para que las estrellas no te roben luz.

Me quitaré el turbante y envolveré con él, tu pequeño cuerpo,
                   para que el sol no arda en ti, más que mi cuerpo.

Luego adornaré mi caravana
con cascabeles de un mar lejano y relámpagos de plata
                   y me iré.

Y cuando mi ausencia, sea más poderosa que el fulgor del desierto,
volveré.

Volveré a buscarte, amor mío,
                   porque entonces sabrás que el amor -que todo lo une-
nos alentará a marchar junto a los otros,
para que de una vez el mundo cambie.






La canción del sonámbulo


La encanecida noche se arrastra como un perro.
Montada va tu ausencia en mi dolor callado.
Yo los miro a través de la ventana.

Soy esta mosca aplastada en el vidrio.


La madrugada inmensa como un harapo cae.
Golpeo con los puños la boca del cielo.
Yo bebo el vino duro de tu paso lejano.

Soy esta mancha de mosto en los papeles.


Busco en mi cara la resaca de tus ojos
y por mi cuerpo los huecos que colmabas.
Como al descuido me afeito, yo te espero.

Soy esta gota de sangre en el lavabo.


Tú te has ido, amor mío, tú te has ido
y soy esta gota de sangre en el lavabo,
soy esta mancha de mosto en los papeles,
y esta mosca aplastada sobre el vidrio:

Rastros pequeños de una pequeña muerte.


         Afuera, un niño golpea mi corazón contra un árbol.






El sarraceno


Primero corté sus piernas, para que no me dejara.

Luego los brazos, para impedirla de señales.

Después arranqué su lengua, para que no maldijera mi nombre.

Finalmente le quité los ojos, para no ver en ellos la imagen del crimen.


Ahora giro, sin cesar,
en el círculo de su dolor trazado,
con mi rostro escrito,
en el espejo reluciente de la daga.






Alternativas


Aunque me aparten de ti,
seguirás ardiendo en mi,
sobre mi,
royendo el hueso final de mi muerte.

Si me dejas, quedaré en ti,
como una astilla en carne viva,
doliéndote.

Si intentas olvidarme,
debes saber, que toda llama que enciendas,
caerá sobre ti, fatalmente derramada.

Y si después de todo, acaso me buscaras,
ya nunca me hallarás,
                   no amor mío.

No se ha hecho el día, para los célebres del miedo.






Los días muertos


Escribo que te amo, mientras bebo el secreto licor del desvarío.

Escribo bajo el peso suspendido de tu ausencia
-escorpión alado y mudo-

Escribo que te amo, en la noche anegada y afirmo:
                   tengo corazón que tiembla y suda,
como un caballo rojo.

¡Oh corazón mío!
¡Caballo palpitante y mojado!
¡Matungo de nubada enrojecida!

Le haré una pampa, con éste, tu silencio,

escribiendo que te amo,
                  inclinado y solo,
                   semejante a un puño hundido, en la noche anegada.






La balada del pájaro tinto


En el centro comercial he perdido a mi amor.
Se fue tras el hombre con lentes de armazón de oro.

Ella tenía un rojo vestido,
un rojo vestido con lunas plateadas y sandalias y un gato en los brazos.
Tenía en los ojos, el corazón del ámbar
y en el corazón, tatuada la palabra sol.

Si la ves, dile que su amado la espera, en la góndola de las flores
y dile que él se aferra a la gala de las lilas.

En el centro comercial he perdido a mi amor.
Se fue tras el hombre con lentes de armazón de oro.

Ella tenía una honda voz, de bosques y alamedas,
y lágrimas para mis poemas y una triste canción sobre la noche.
Tenía en la boca, un puerto para un barco solo,
para un barco con mi nombre, para un barco con mi nombre,
y en el corazón, tatuada la palabra sol.

Si la ves, dile que su amado la espera, en la góndola de las flores
y dile que él se trepa al tiempo de la hiedra.

En el centro comercial he perdido a mi amor.
Se fue tras el hombre con lentes de armazón de oro.

Ella tenía la sonrisa del agua y de la infancia arrastraba,
un sueño con molinos. Un sueño igual al mío.
Tenía un jaguar en la larga cabellera y las manos limpias
y las manos limpias. Llevaba un sombrero de paja colorada
y en el corazón, tatuada la palabra sol.

Si la ves, dile que su amado la espera, en la góndola de las flores
y dile que él se mece en el fulgor de las lavandas.

En el centro comercial he perdido a mi amor.
Se fue tras el hombre con lentes de armazón de oro.

Ella tenía tres anillos: Uno para cruzar los mares,
el otro para besarme y el último para alumbrar mi gran melancolía.
Tenía los pies fríos y la espalda caliente
y en el corazón, tatuada la palabra sol.

Si la ves, dile que su amado la espera, en la góndola de las flores
y que si ella no regresa, él se irá con la florista.

Pero no. No la engañes. ¿No ves que estoy llorando?
Mejor dile, que él está subido a la música de las violetas
o abrazado al impulso de los ficus.
Mas apúrate a encontrarla y dile cualquier cosa,
porque la lluvia lo arrasa
y él -que es la misma lluvia-
lentamente,
se apagará
de
caerse.






Tanguito del rastreador


Del basural de tus ojos, en desbande, salían tarántulas de fuego.
Basural, tarántulas, tus ojos y un temporal de arcángeles cayendo,
rodando por mi frente, ciudadela de monos raquíticos en gresca.
Y por el corazón, también, mi corazón,
que siendo una ventana del infierno, abierto bebía de ti.

¿Qué hacer con aluviones, pedernales, que asolaban sobre mí si te buscaba?
Y te buscaba igual y acribillado, corría tras tu huella de matanzas,
que habría hendiduras en la carne, para el ingreso de pálidos flamencos,
con sus picos, atestados de curare
y sus largas patas y sus largos dedos de campanario, llamando a funeral.

¿Qué hacer con tu nombre en catapultas y su jauría de perros embistiendo,
cercando al peñasco de mi suerte con sus pesados ladridos de madera?  
¿Y qué, con los timbales de la lluvia y los clanes y los ídolos del agua,
pergeñando el conjuro de las pérdidas?

¿Qué hacer con lo inviolable del detalle; con la memoria y su yunque aterrador;
con la señal de nieve roja que dejaste, en el linde de la copa de ginebra?
¿Y el arresto del tiempo, en una foto y el receso de los sueños y el vislumbre
de la canción de Jaques Brel que nos ataba?

Me tomaré una tregua de tu pelo y saldré a las calles con mi gorra
y mi faisán y mi lámpara de rayos y haré sonar el arcabuz de mis zapatos,
para que tiemble la ciudad magnífica y el mediodía encienda mi cigarro,
mientras yo baile por la vida reanudada.

Del basural de tus ojos, en desbande, salían tarántulas de fuego.





3 comentarios:

  1. Un placer conocer tu obra, poeta. Bienaventuradas tus letras, compañero.

    ResponderEliminar
  2. He vuelto a la balada del pájaro tinto y a los demás poemarios, cada vez que regreso me llevo nuevas ideas.
    Admiro mucho su trabajo Hugo, que vengan más!

    ResponderEliminar