jueves, 19 de mayo de 2011

AMANTES ZODIACALES -1998 -




Amantes zodiacales








“Es real, sin mentira, cierto y muy verdadero.

Lo que está abajo es como lo que está arriba
y lo que está arriba es como lo que está abajo,
para hacer los milagros de una sola cosa.

Y así como todas las cosas han salido de una cosa
por el pensamiento de uno, así mismo todas las cosas
han nacido de ésta cosa por adaptación.

Separarás la tierra del fuego, lo sutil de lo espeso,
suavemente, con gran industria.

Es la fuerza fuerte de toda fuerza,
porque vencerá toda cosa sutil
y penetrará toda cosa sólida.

Así es como fue creado el mundo.

Lo que he dicho de la operación del sol, es completo.”




Fragmento de “La Tabla Esmeralda”
                                                de Hermes Trismegisto 






Adán y Eva entre el castigo y el éxtasis


Con la palabra y su filosa piedra, construí un hueco donde durmieran.

Con estrellas innumerables, les fabriqué un techo para el amor.

Para que se soltaran, puse al mar y su fragancia de sal y puse al viento.

Plantas y animales, fueron para que ambos crecieran en los otros.

Y los dos así me pagan, probando la esfera deleznable del deseo.
Así me han postergado, por adorar a venus,
después de prodigarme en ofrendarlos.
Sabiendo que jamás tocaré cuerpo de mujer ni hombre.
Sabiendo que jamás nadie ha de tocarme.
Burlándose de mí, entre susurros.
Diciendo al señalarme,       
Padre,
dios,  
el eunuco.






Blas Pascal, entre la razón y la euforia


-La armonía genital, se alcanza a través de la yuxtaposición de por lo  menos dos cuerpos. Y resulta de la combinación, de un mecanismo llamado deseo y los cuerpos antes mencionados. Invariablemente, este efecto, se obtendrá por intermedio de la utilización de un alambique O sea, que dichos cuerpos ligados, se destilarán mediante calor, hasta lograr la expansión del conjunto, denominado orgasmo-

Si el contenido de esta hipótesis, fuera erróneo,
ella no habría ingresado, en el letargo en el que está,
pareciéndose tanto al dibujo de libra en el cielo;

ni yo, el autor del “tratado del peso de la masa del aire”,
hubiera salido a circular desnudo, por las callejuelas de parís,
corriendo a los gritos, igual que un samurai narcotizado
y con una sensación en el plexo, tan confortable, como el trono de francia.






El joven tracio, se despide de su amada


No insistas Varinia,
Nada que el oráculo vaticine, me hará retroceder.
Ni astros, ni constelación alguna,
me incitarán a que abandone esta marcha.
Ni adivinadores, ni piedras que se desmonten del cielo,
como las armas tremendas del césar,
lograrán que rehuya del combate.

No insistas Varinia.
Que no me detendrá ni tu cuerpo, bello,
semejante a una lámpara emergiendo del mar.

El porvenir, es un collar de trigo.

Yo era un esclavo. 
Mi nombre es Espartaco
y estoy viendo ahora,
multitudes con músculos de lumbre,
nivelando al mundo.







El viejo Whitman, a la sombra de un almendro


Dinamitarme el corazón, con la luz de esta mañana,
sería poca cosa, frente a tanto amor.
Los hombres, los hombres van camino a casa,
regresan de la diaria tarea en el campo
y no hay desaliento en ellos, ni rechazo.
La suave templanza los anima.

Dinamitarme el corazón, con la luz de esta mañana,
sería poca cosa, frente a tanta vida.

Hay días, que me siento como la constelación de géminis,
porque yo soy el otro también, a cada instante.

Ahora estoy viendo a tres muchachas negras,
que ríen calle abajo y cada una de ellas,
es como un templo de cobre labrado.

Todo esto me conmueve.
Mientras un mozo de caballeriza y su amada,
junto al río, semejan árboles rendidos.






Marco Polo, pensativo en el puerto de Venecia


Huan Li, recogía doraduras de la tierra,
en cestas de fragantes juncos,
mientras, su padre, me enseñaba secretos del oriente.
Huan Li, era bella, como una pagoda de alabastro
y el delicado rostro, parecía un limonero incandescente.

Por su padre, conocí el poder de la pólvora,
especias y comidas, piedras fabulosas
y una forma de observar, distinta, al cielo.

Por Huan Li, en cambio, desentrañé la cifra del amor.

De todos los tesoros traídos a occidente,
para mí he guardado en secreto, sólo uno.

El recuerdo del vestido de Huan Li,
desmoronándose en mi cuarto,
como un satélite de oro.






De las sublimes cosas que se ven en las Indias


Hoy 9 de enero de 1493, yo, Cristófolo Colombo,
almirante de la real corona de España,
gobernador de las nuevas tierras por mí descubiertas;
digo que más grande cosa vista, no hay ni habrá.
Y que un ser de mayor excelencia y hermosura,
no ha sido contemplado, jamás, por ojos de mortales.
A excepción de Homero y de Plinio, según sus decires.

Hoy 9 de enero de 1493, yo, Cristófolo Colombo,
responsable de mis actos, marcado por mi signo;
avisté en la verde mar, una sirena,
para la gloria de mi corazón.
Y digo, que al mirarla, el goce que produce,
es más grande que un encuentro con dios.
Y da capricho verdadero, unirse a ella,
para perderse en la foresta marina de su torso,
como si fuera, un paraíso de esmeraldas.






Don Lope y Aguirre, conjurado


Tú, nativa de estas costas, me has visto desembarcar,
admirada por mi dominio del fuego,
la bestia que me carga, el peto de metal
y sin embargo, rechazaste mi mano y señalaste con la tuya,
la constelación que los dioses te asignaron.

Quizá, porque provengo de un mundo diferente,
no comprendí que esas estrellas,
pendían sobre ti, como una salpicadura de niebla.

¡Oh mujer prohibida!

Ahora vago, con el hechizo de tu nombre
ondeando en el hueco, de mi lengua cortada.






Donatien Alphonse Francoise, habla por última vez


Por las cartas astrales, supiste de antemano,
que los hombres tomarían la bastilla
o que Marat sería asesinado,
que por el aire saltaría la cabeza de Antonieta,
como un pez inaudito.

Por las cartas astrales, pudiste adelantar los cambios favorables,
                   las duras inclemencias.

Tú, que tienes mi signo y mis detalles,
¿Podrás anticipar en forma clara,
qué pasará en la cantera de tu cuerpo, cuando yo, Sade,
                   arribe a ella, con mi cincel de aguacero?







Isadora Duncan danza


Tu cabellera, como un capitel incendiado,
como la diadema final de juana de arco,
como la guarida de los guacamayos,
como el patíbulo en donde ajusticiarme.

Tu cabellera, en fin, es más insondable
que los pantanos de Orleáns.

Y cuando tu cuerpo, inmensamente bello,
inicia los primeros pasos, le da impulso al cosmos,
le da empuje, para que éste se mueva en torno a ti
y los signos zodiacales, te escolten cuando bailas.

Cuando bailas, imitando una esfera de topacio,
una serpiente marina,
una revuelta popular,
un sismo.









La criada de Galileo y el mercader de telas


Es cierto, dulce señora, que usted habita
con el hombre que perfeccionó el telescopio.

Como es, también verdad, que a diario
se desplaza entre instrumentos astronómicos,
firmes aseveraciones, huidas y rechazos.

Mas todo esto, no le da derecho alguno,
a utilizar revelaciones zodiacales
para apartar mi mano de su hombro
o rehusar la cinta, para ornar su trenza.

Yo sueño que sus pechos, dulce señora,
se vuelven para mis manos, playas inmensas.






Memoria del emperador derrocado


En suma, Josefina, comparado a las batallas
-con los estruendos, los horribles alaridos,
los sables fragorosos, los galopes-
comparado, digo, a las batallas,
tu sexo era un pandemonio.

El pandemonio de tu sexo, Josefina, al que desciendo ahora,
en las noches de fiebre,
como descendí en Waterloo,
a pesar del astrólogo imperial,
y el patetismo de sus advertencias.

Así, dejo constancia, Josefina,
que las noches de encierro, en esta isla,
sólo y retirado, tan envejecido,
enloquezco, cuando al sueño entra tu sexo,
igual que un desalmado cazador,
con su garrote pavoroso.






La fría espera del libertador, en la isla


La mañana cobriza, se desploma como una mulata exhausta
y tú no has regresado.

Yo, Toussaint Loverture,
con mi boca de trofeos, grito a los plátanos, tu nombre.

Tú no has regresado
y en mi guarida final, el tiempo parece detenerse.

Los pescadores de Haití, cantan mis hazañas
y las dejan extendidas en las redes apagadas,
mientras las recias esclavas,
aguardan la liberación dulcísima.

Tú no has regresado y temo a tu abandono,
más que a la derrota, con su cárcel de fiebres.

Tú no has regresado, amada mía,
y del que fui, sólo queda, la sombra que se mece.






Nota de humo del gran jefe Lobo de Niebla


Dices que una maldita constelación pronostica mi hecatombe.
mi caída irremediable. si te amara.

Que los planetas me serán desfavorables, si intentara
un rozamiento de nuestros cuerpos celestes.

Y agregas, además, que únicamente, tú habrás de enamorarte
de altos hombres, blancos y honorables.

Al demonio los sucios cara pálidas.

Un muchacho sioux es lo que soy
y no hago caso de ningunas predicciones.

Apostaré a que tu escorpión se duerma
y entraré a tu corazón, con mi tribu de espuma.






Llévame volando a la luna


Amo las explicaciones que, invariablemente, me haces
-y que jamás comprenderé- sobre la interrelación de los sexos,
mediante los signos zodiacales,
porque es en esos momentos que en tu rostro
se dibuja un visaje de certeza incontestable,
frunces los labios como una domadora de leopardos
y levantas las cejas, además,
para que no me quede duda alguna
de la inevitabilidad de los astros.

Pero en verdad, amo esos momentos,
porque en el instante preciso
que se supone venus entre tú y yo,
es que liberas tus fabulosas piernas del jean,
pones un disco de Sinatra
y abres la boca como si fuera el universo,
para revelarme el secreto de tu inextinguible amor.



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