viernes, 23 de agosto de 2019

ELOGIOS o las alucinaciones del derrumbe (2016 - Editorial Homo Ludens)



CASA DE NÁUFRAGOS

Bienvenidos los que regresan de ahogarse en las altas mareas del abandono y llegan mojados y ateridos e igual cantan. Cantan espléndidos de alcohol.

Bienvenidos los que derrotan a la soledad y su pujanza, sus enviones de hojarasca, sus graves ceremonias. Y lo hacen solamente con las amarilluras del ojo y con los destellos de la palabra SOL.

Bienvenidos los que silban cada noche a su estrella elegida porque ellas vuelven el pico, agitan las dos alas y nos destinan luz en medio de tanta oscuridad.

Bienvenidos los que sentados en un bar inclinan la cabeza, escriben en la fiebre y cuando la mano se aturde doblan el papel hasta lo indecible y lo arrojan a la calle. Esos si conocen la química difícil de la espera.

Bienvenidos los que llegan envueltos en revelaciones sorprendentes y dan cuenta de las buenas nuevas. Las imprimen en las paredes de los ministerios, en los baños de los museos y en la frente de los que nunca escuchan nada.

Bienvenidos los poetas de barrio, los músicos de café, los filósofos del cordón de la vereda.

Bienvenidos los sabios del silencio, los especialistas del desconcierto, los dogmáticos del júbilo, las abanderadas del amanecer, las madres de la noche y las muchachas que saltan sobre las costillas del tedio.

Bienvenidos los que traen los peces, los vinos y los panes.
Bienvenidos los que aman. Bienvenidos los que sufren.
Bienvenidos todos porque cada llegada
fija en esta casa un corazón luminoso y esta rotunda melancolía ingobernable.


VISITANTES

Cuando al sueño entró Vicente Huidobro bebimos un líquido celeste y nos emborrachamos hasta el próximo sueño.

Cuando al sueño entró Boris Vian se originó un lío tremendo. Tuvimos que huir. Nos escondimos dentro de un zapato pero el zapato hablaba demasiado. No lo toleramos.

Cuando al sueño entró Alexander Pushkin el sueño tembló todo,
empezó a desmoronarse y tuve que apagarlo.

Cuando al sueño entró Paul Gauguin seguido de un coro de isleñas de Papeete tuve un sinfín de erecciones. Estas muchachas siempre aumentan la temperatura de mis sueños.

Cuando al sueño entró Francis Bacon vestido de beduino, robé un camello y lo seguí. Yo quería ingresar en su próxima pesadilla.

Cuando al sueño entró Isadora Duncan hicimos el amor hasta que su culo de fogata se deshizo en baile.

Cuando al sueño entró Sergei Rachmaninof deslizando una espiga de trigo sobre el teclado de un piano pude oír su alma. Lloré, es imposible no hacerlo. Lloré como si estuviera delante de mi propia tumba.

Cuando al sueño entró Jean Sibelius bajé la mirada y me hundí en un profundo silencio. Algunas veces los milagros adoptan una figura que asusta.

Cuando al sueño entran las mujeres que amé y no me amaron les resto importancia, no les tengo la menor consideración. ¡La indiferencia es la pandereta del olvidado!

Cuando al sueño entra mi abuelo lo hace con un niño que lleva entre las manos un escarabajo. Pero no hay escarabajo sino el corazón torrencial de la palabra.



PREGUNTAS


Entonces primero la patria fue un papel en blanco.
Pero ese papel ¿Cómo fue colmado?
¿Quiénes hicieron la patria con palabras?

¿Fue Mansilla entre las chuzas? ¿O Ascasubi, conversando con el diablo?
Esto último es posible.
¿Fue Sarmiento entreverado en las tormentas?
¿O acaso Hernández con su guitarra de polvo?

¿Fue Arlt desesperado en ese gran hospicio que erigió su corazón?
¿O Agüero, allá empapado en las aguas del Conlara,
henchido de sol junto a su amado algarrobo?

¿Y Raúl? (lo llamo por su nombre como se llama por su nombre al padre)

¿Fue Juanele, tan delgado él y tan gruesa la huella de su alma?
¿O acaso Borges, el que todo lo veía, el solo que se hizo muchedumbre?
¿Y Ramponi altísimo en las piedras? ¿Y Urondo y Conti, asesinados?

¿Fue Cortázar desde lejos que supo ver tan cerca?
¿O De Lellis atravesando los arrabales del vino y sus desolaciones?
¿Y Marechal, entonces, tendiendo los manteles del alba clausurada?

¿Fue Molina en su galápago dorado fundando terraplenes por la selva?
¿Y Orozco y Pizarnik? ¿Y Pedroni fecundo en los talleres?
¿Acaso fue Yupanqui montado en un caballo que nunca termina de caer,
que jamás caerá definitivo?

¿Y Discepolín? ¡Ay Discepolín con sus bolsillos de dolor amontonado!
¿Y las pupilas de Hudson cabalgando hacia el olvido?
¿Y mis amigos que pierden el tiempo en las cantinas para ganar un abrazo o el poema?

Tal vez a la patria la escribió aquel hombre anónimo, callado,
que bebió un largo trago de ginebra en el boliche, limpió el bigote
con el puño gastado de la camisa, llegó a su casa, se acostó en su cama y soñó.
Soñó que era un poeta que llenaba de patria un papelito.


PAGODAS


1.

Al tío Ho le gustaba conversar con los niños bajo la sombra de las esterillas.
Les hablaba de reyes decapitados, de príncipes traidores,
del dragón de los arrozales que incendiaba la cabellera de los impiadosos.
De las largas caravanas que trasladaban mágicas piedras y animales increíbles.
De los bandidos tumultuosos que asolaban las aldeas y de su contra cara:
los pícaros contrabandistas que -siempre generosos-
aplacaban el hambre de los viejos y claro, también, la sed de las muchachas.

Al tío Ho le gustaba conversar con los niños bajo la sombra de las esterillas.
¡Y cómo reía el tío Ho con la risa de esos niños!

Al tío Ho –ahora el poeta Ho Chi Min- le gustaba conversar con los niños
bajo la sombra de las esterillas a pesar de los bombardeos y el napalm.

Años después, aquellos niños ya hombres,
supieron que bajo la sombra de las esterillas
habían estado escuchando el trino venidero.


2.

Yukio Mishima ingresó en el pabellón dorado
buscando la huella del samurai perdido.
Yukio Mishima solía decir que añoraba el pasado porque amaba el futuro.
Él sabía -o al menos presentía- que esa huella
lo llevaría hasta la barba misma de las tradiciones más puras
que su gente dolorosamente había olvidado.

Yukio Mishima comprendía o se esforzaba por imaginar
que con esa búsqueda su pueblo recobraría la felicidad.

Yukio Mishima –ahora el poeta Yukio Mishima-
ingresó en el pabellón dorado buscando la huella del samurai perdido
y encontró la rebelión y mudó en harakiri.



LA PLUMA INVISIBLE

¿La intuición es un desprendimiento sutil
del oscuro pájaro de la hermosura cuando pasa?
¿Una pluma invisible en el ojo del poeta?

¿Será su rozamiento fatal semejante al deslumbre de Adán
la primera noche del abrazo? ¿O al deslumbre de Eva?

¿O como el temblor de la palabra TIERRA
en los oídos de Colón?

¿Será semejante a la pausa entre el vértigo de Arquímedes mojado y su grito?

¿O como el relámpago que iluminó la frente de Galileo
ante la evidencia del espasmo planetario?

¿La intuición es una pluma invisible en el ojo del poeta?




MANIFIESTO SIBARITA

Lechuga no. Ni escarola ni berro ni cosa verde que salga de la tierra.
Esa es comida de caballos.

Tampoco pájaros. Ellos son nacidos para mostrar el prodigio del vuelo.
Salvo la perdiz. No hace cosa alguna y es mejor servida en escabeche.

Pescado sí. También frutos de mar.
Son bocado del marino.
Atracón del pirata.
Dentellada del náufrago.

Tomate por supuesto, es deleite americano.
Torquemada lo juzgó la manzana prohibida.
Sus jugos son el aplauso del diablo.

¿Y las pastas, las tortillas, las paellas?
Estas son comidas de tumulto.

Y todo regado con buen vino.
¡Yo quiero una flota de uvas marineras!

¿Y las papas, las cebollas, los pimientos
librando una danza que fosforece en las cazuelas?

¿Y los pollos dorados y los patos en naranja?
¿Y las cacerolas con sus mínimos conejos?
¿Y las nostálgicas vacas
y los cerdos roncadores santificando las parrillas?

Que los embutidos no se duerman.
Son los señores de la pólvora en la guerra de las bocas.

¿Y los quesos? Ah los quesos. Picantes, generosos, inmortales,
embebidos en coñac y salpicados con granos de pimienta negra.

El queso es el pan de los héroes.

Y todo regado con buen vino.
¡Yo quiero una flota de uvas marineras!

El alcaucil es verde pero es una excepción.
Su corazón es el tobogán de la saliva.

También la albahaca es verde pero es la reina del aroma
y en bodas con el ajo dan goce tan alto que el paladar
es un cielo surcado por los pechos voladores
de la mujer voladora más hermosa.

¿Y la aceituna que descarozada y con morrones
hacen de la lengua una catedral?
¡Oh, aceituna, portadora del aceite bueno!

Luego el guiso.
El guiso es la comunión de todas las cosas.
El rito mayor de las fogatas.
El guiso es la peregrinación de los sabores
concentrados en la plaza mayor de cada boca.

Y todo regado con buen vino.
¡Yo quiero una flota de uvas marineras!

La cocina es la sala de ensayo del poeta.
La ocurrencia del payaso.
El tanteo del mago.
La cocina es el telescopio de Copérnico.

Ocupemos las cocinas del mundo
y hagamos la revolución de las comidas
para desterrar al hambre de una vez por siempre
y que ni uno solo falte en esta mesa.

Y todo regado con buen vino.
¡Yo quiero una flota de uvas marineras!



Hugo Toscadaray o la máquina del bebop (Entrevista realizada por Rolando Revagliatti)




1 — ¿Cómo has ido (y venido)? ¿Cómo vas?...

HT — Cuando cumplí cincuenta años me miré en el espejo, entonces vi señales que antes no estaban. Pero me dije: El tiempo no existe. Luego recibí un llamado por el que supe que un amigo muy querido había muerto. Pero me dije: El tiempo no existe. Después llegó mi pequeña hija casi hecha mujer. Pero me dije: El tiempo no existe. Finalmente giré la cabeza y vi que el camino hacia atrás era mucho pero mucho más largo que el que tenía por delante. Pero ya no me importó porque lo que había detrás era tan fuerte, tan poderoso, como aquello que aún estaba por venir.

Nací en el barrio de Villa Luro. Porteño por nacimiento y andanza, virginiano por naturaleza y cronopio por decantación mágica (o al menos es lo que me dijo Cortázar en el ‘84 tocándome el hombro). Mi infancia (sus increíbles tesoros) y mi barrio son mi andamiaje, mi única patria y mi bandera. Soy un muchacho triste que siempre anda contento. He vivido en muchos barrios de mi ciudad natal pero he dormido en todos. También he vivido en el faldón del Cerro Uritorco entre hippies y alucinados. Y además en la ciudad capital de la provincia de San Luis donde conocí el insomnio y la desesperanza. He trabajado en el puerto de Buenos Aires muchos años junto a los barcos que alimentaron mi sed. Tengo un master en supervivencia y otro en soñar despierto. Fui publicista, vendedor de perfumes sofisticados, fundidor de iniciativas comerciales, burócrata y coordinador de talleres literarios, empezando por centros barriales, hasta la Universidad Nacional de San Luis. También ejerciendo el periodismo en diferentes espacios, como las llamadas en su momento FM Truchas o en la FM Universidad, y en distintas revistas y periódicos barriales. Hoy lo sigo haciendo en una radio cultural y en desperdigados impresos. 

Por definición callejera fui un atorrante desde la adolescencia, es decir, una especie de fauno que deambulaba por los bares en las noches de la gran ciudad, hasta que vino el fantasma del paso del tiempo y me anunció con su matraca el fin del recreo. Amigo fervoroso, bohemio incorregible, dionisíaco en las mesas e intrépido en los funerales; simpático a veces, cabrón muchas y melancólico siempre hasta la pesadilla. Olvidé cada fracaso para reincidir después en cada uno, tanto hasta lograr corporizar al dolor para que fuera mi amigo. Amo el rumor de los pájaros, la solemnidad de los escarabajos, la música del agua y los abrazos, la rebelión de los abrazos. Amo la lluvia, el perfume de las hojas quemadas en otoño y las tormentas. Amo la noche, los bodegones hundidos en la noche, los barcos y los puertos, las cocinas humeantes, las asambleas populares y el canto colectivo. No hablo del odio, el rostro aciago del amor, porque voto al amor y su faena; mas desprecio la injusticia y la violencia cotidiana de los poderosos sobre los que no tienen nada. Aborrezco además a los automóviles porque matan al hombre más que las fieras; a los teléfonos porque carecen de piel y de temblores y a los aviones porque despojaron del misterio a las enormes distancias. No creo en dios alguno pero parafraseando a Robert Desnós "Tengo un profundo sentido de lo infinito, lo que me hace tan religioso como cualquiera". Pienso, por otra parte, que sin misticismo no hay arte. Todo poeta es místico. Además de todo esto, voy enamorado.

2 — ¿Qué programas radiales has conducido? ¿Qué te demandaba cada uno en su producción?

HT — En los últimos años eran cuatro: “Las Cosas y los Días”: periodístico de noticias, lunes a viernes de 11 a 13 horas; “Alrededor de la Medianoche”: dedicado al jazz, lunes, miércoles y viernes de 22 a 24 horas; “El Caballo en el Tejado”: dedicado a la poesía, martes de 22 a 24 horas; “Casa de Náufragos”: sobre el hombre y su entorno, jueves de 22 a 24 horas.

Con relación a la producción de cada uno —porque he sido el productor de mis propios programas—, lo que me demandan es tiempo, concentración y —lo que más me exijo— el buen gusto. Hay programas como el de 11 a 13, que me ocupaba toda la mañana ya que debía levantarme muy muy temprano, leer las noticias, elegir las que me parecían relevantes pero que además se ocultan en los grandes medios, masticarlas, reflexionar sobre cada una y a partir de allí armar el discurso comunicacional. A todo eso debo agregar la elección de la música para cada una de esas noticias.
El caso del programa de jazz es bien diferente porque lo que hacía era elegir uno o dos intérpretes, buscar el material biográfico sobre cada uno y luego la mejor parte: seleccionar la música. En el caso del de poesía, el modus operandi es similar: optaba por la obra de un poeta, seleccionaba el material para dos horas de programa y le sumaba un intérprete para la música, generalmente instrumental, que acompañara los textos.

Finalmente “Casa de Náufragos”, que es el que más he disfrutado y —por los muchos y diversos comentarios que recibía— el que más disfrutaban los oyentes. Es un programa de tono intimista, lo que se denomina “un programa de autor”. En él tomaba un tema diferente en cada entrega, que iban desde La Soledad o La Infancia hasta La Guerra o Los Medios de Comunicación, desde El Vino o El Tabaco hasta La Democracia o La Explotación. Siempre con un tema central desde el cual exponía mis sentires y mirares. También era el programa que mayor producción requería, ya que contaba con unos veinte textos para cada noche de jueves y la particularidad del eclecticismo en la música; nunca repetí un mismo género en cada emisión: había un tango, una cueca, un landó peruano, música gitana, jazz, fado, chansón, en fin, trataba de acompañar cada texto con lo que emotivamente me llevaba a una música y muchas veces a una región particular. Como verás, Rolando, podríamos decir que es insalubre pero eso sí: me mantenía despierto y muchas veces exultante.

3 — Siendo un veinteañero formaste parte de “El Taller del Sur — Resistencia Cultural”. ¿Con quiénes, cómo resistían en plena dictadura cívico-militar?

HT — Yo militaba en una organización de izquierda (lo hice desde el 74, en la secundaria, hasta iniciado el nuevo siglo) y estaba de novio con la que fue mi primera pareja. Ella es pintora y vivía en Sarandí-Avellaneda. Nos movíamos en ese entorno de artistas y bohemios. En el 79 decidimos estar en la calle con lo que cada uno hacía, de ese modo tomábamos, por ejemplo, el Parque Domínico y montábamos la muestra de pintores y la lectura de poemas, habitualmente parados en los viejos bancos de mármol del parque. A veces alguien cantaba y otras, alguien bailaba. Esto lo hacíamos itinerante, mudábamos la muestra cada domingo. Cuando aparecían “caras extrañas”, nos íbamos. Te debo los nombres, alguien podría ofenderse con estos recuerdos, es gente que dejé de ver hace mil años.

Lo que podría agregar es que hacia el final de esta etapa y por contactos surgidos de ella, comencé a frecuentar las oficinas de la Editorial Botella al Mar. Allí conocí y confraternicé hasta su fallecimiento con Arturo Cuadrado, con Francisco Madariaga, Elida Manselli, Alejandrina Devescovi, Irene Marks, Squeo Acuña, Carmen Bruna, Horacio Laitano, Eduardo Biravent, Carlos Giovanolla (quien publicó mi primer poemario en su editorial El Cañón Oxidado), y otros cuyos nombres ahora se me escapan. El caso es que los jueves a la tarde/noche en la oficina de la calle Viamonte se armaban unas reuniones formidables en las que las conversaciones y la risa eran el centro.

4 — Pocos años después, durante el gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín, integraste “Tome y Traiga”, el grupo multicultural dirigido por los poetas Armando Tejada Gómez (1929-1992), Héctor Negro (1934-2015) y Hamlet Lima Quintana (1923-2002). ¿Cómo eran ellos entonces, de quién te sentías más próximo, con qué palabras los evocarías?

HT — El “Tome y Traiga” duró poco, una pena, era un buen proyecto. Nos juntábamos al inicio en el sótano de “LiberArte” y al fin terminamos en el sótano de una pizzería en Villa Crespo, que se inundaba con las lluvias porque estaba a la altura del arroyo Maldonado, sobre la Avenida Juan B. Justo. Probablemente lo más significativo de esa experiencia para algunos de nosotros haya sido que funcionó como embrión de lo que muy poco después fue la conformación de La Sociedad de los Poetas Vivos. En el “Tome y Traiga” nunca sacamos la cuenta real del número de artistas y escritores pero éramos un montón. Había de todo, poetas, narradores, músicos, bailarines, plásticos. En fin, era una movida que iniciaron quienes nombrabas, tipos con un prestigio bien ganado como poetas pero también como militantes del campo popular.

Tanto Armando Tejada como Héctor Negro fueron siempre generosos y abiertos conmigo. Con Armando discutíamos bastante, “sin perder jamás la ternura”, pero bastante. Era habitual que reclamara de mí un “compromiso con la poesía popular”, cosa que invariablemente yo desestimaba y enfatizaba, además: “dejá el surrealismo porque eso distrae”. Cuando terminaban esas discusiones, a veces, furibundas, me abrazaba y me repetía que “a pesar de todo” le gustaban mis poemas. Discutíamos, sí, pero también nos reíamos mucho. Con Negro fortalecimos la relación con el paso del tiempo. Tuvimos encuentros con más frecuencia en los últimos años que al inicio. Con quien siempre me sentí más hermanado fue con Hamlet. Creo que tiene que ver con el simple hecho de que Hamlet andaba más por el centro, por los bares que yo frecuenté casi toda mi vida y era muy común, casi cotidiano juntarnos alrededor de una ginebra y quedarnos hasta el amanecer hablando de las cosas de la vida, como hacen los amigos.

5 — Como Lima Quintana, Tejada Gómez y Héctor Negro, también poemas de tu autoría fueron musicalizados por Carlos Andreoli, por Moncho Mierez. ¿Nos contás sobre esta arista?

HT — Sí, y también por Hugo Pardo y por Juan Carlos Muñiz. Yo no soy letrista, siempre lo puntualizo, soy un poeta que algunas veces escribe un poema para ser cantado. Y eso es todo. No conozco las reglas de la letrística ni me desvela conocerlas. Desde la infancia he tenido una asombrosa facilidad para la rima. En mi casa natal se escuchaban canciones todo el día y deduzco que mi oreja se acostumbró a eso. Para mí escribir una letra es un recreo, lo lúdico, me distrae, y especialmente me saca de ese lugar fangoso del poema. Obviamente que este comentario no va en detrimento de los letristas entre quienes tengo amigos entrañables, ni debo aclararlo, pero escribir la letra de una canción no me quita el sueño. El poema sí me quita el sueño.

6 — Aunque probablemente no te has esmerado en difundirlo, tenés tu experiencia como bloguero: ¿cuántos blogs tuviste, tenés, con qué perfil cada uno?

HT — ¡Ah! Los blogs, claro, nunca lo menciono ni hago hincapié porque seguramente me resulta algo natural. Un blog para mí es como sentarme con amigos a beber algo y contarles qué poetas me gustan. Tengo un blog de poesía contemporánea: El Naufragario. Otro de poesía argentina: Las Cosas y el Delirio. Otro de poesía del mundo: Infierno Alegre. Y otro en el que voy desde poemas más extensos hasta ensayos o crítica poética: La Nube Centrífuga. Pero hay más, uno con poemas míos que muy raramente expongo, otro con textos de mi programa radial: Casa de Náufragos, y otro muy querido: Andanzas y Abismos de Monsieur Saralegui, en el que aparece toda mi veta callejera, toda la cosa del barrio, en fin, el humor que me ha salvado la vida infinidad de veces.

7 — ¿Observaciones, anécdotas originadas en encuentros de poetas en los que hayas participado?

HT — Concurrí a encuentros de poetas desde muy temprano. En Capilla del Monte, Chilecito, Monteros, Lujan de Cuyo, Rosario, Gualeguay, Santa Fe, Mendoza, San Juan, Neuquén, distintas ciudades del interior de la provincia de Buenos Aires, en fin, desde hace más de treinta años que ando con la mochila llena de gente. En las anécdotas no voy a detenerme porque podría llenar un libro con ellas. 
Pienso que los encuentros sirven para eso, para encontrarse con seres con los que uno termina hermanado y también, vale decirlo, con desencuentros con otros seres. A mí personalmente (y eso que soy de Buenos Aires y uno erróneamente da por sentado que en Buenos Aires estamos todos) me ha servido para conocer en otros sitios gente maravillosa, a la que quisiera ver más seguido. En resumen, los encuentros sirven para escuchar y conocer otras voces, otros tonos bien diferentes al de uno y entre sí, pero fundamentalmente para entrelazar afectos que han de ser, muchas veces, indestructibles.

8 — Hay un Toscadaray dramaturgo. De refilón he sabido que una pieza tuya se titula “Paradero Singapur”. Contanos, Hugo, sobre ella, si se estrenó, de qué trata, y eventualmente sobre otras que pudieras haber escrito.

HT — ¡Uh, bueno! Durante mi residencia en el barrio de San Telmo (casi dos décadas por el barrio) me relacioné con personas de teatro vinculadas al Teatro Escuela. Cuando supieron que escribía, uno me pidió un monólogo para presentar en clase. Ése gustó y llegó otro pedido. Y luego otro. Así es como empecé a escribir monólogos. Un día, una muy querida amiga con un cargo en el Instituto Nacional de Cine y muy conectada con ese ambiente, me preguntó si me animaba a escribir una obra de teatro. Yo era joven e inconsciente y le dije que sí. La obra en cuestión se llamó “Paradero Singapur”. En el fondo no era otra cosa que un pariente de “Esperando a Godot”, pero estaba bien y le gustó al productor cuyo nombre —gracias a los dioses— he olvidado. El productor en cuestión un día desapareció con el original (era el único ejemplar, porque en esos tiempos era caro hacer cien fotocopias), y por más que con mi amiga lo buscamos, el tipo y la carpeta se hicieron humo. Es el motivo por el cual no quise escribir nunca más teatro. Seguramente el espíritu de Moliere debe estar muy agradecido.

9 — El otro día, mateando en mi casa con cuatro personas más, algo nos empezaste a contar sobre una novela que te gustaría escribir, sobre personajes de ella de los que te valés para expresar ciertas ideas y opiniones y aspiraciones. Ahora tenés todo el espacio para pormenorizar sobre esa novela y sus personajes.

HT — Sí, recuerdo la charla. Aquí valdría una introducción. Tengo una teoría sobre mí mismo y es la siguiente: de pibe yo quería ser músico, mis padres me mandaron al conservatorio y era muy bueno en solfeo y teoría pero mis manitas no obedecían y aunque incursioné en alguna banda barrial de rocanrol, desistí. Derrotado por mi torpeza decidí que debía ser pintor, amo la pintura. Mi ex mujer es pintora y además nieta de Miguel Diomede, uno de los padres del impresionismo argentino, pero mi torpeza de nuevo me indicó que no me alcanzaba con los parentescos prestados y me decidí por la escritura. Comencé con la narrativa, relatos fantásticos y siempre breves. Algunos llegaron a publicarse en algunas revistas literarias, de esas barriales. Pero si tenía que extender el relato lo dejaba a medio hacer. Me agotaba. Así descubrí que lo mío era la poesía. O como decía un narrador chileno amigo mío: la poesía es fácil porque hay que escribir poquito. Es decir: llegué a la poesía de la mano del puro fracaso, fue mi último recurso.
Ahora en serio: creo que soy poeta porque pasé por todas esas disyuntivas sin las cuales no hubiera encontrado mi propia voz, pero fundamentalmente lo soy porque la palabra es lo que mejor me define.

Lo de la novela —y lo anterior venía a cuento— es una idea de muchos años que nunca termino de comenzar por el esfuerzo que —descuento— me implicaría. Los personajes son los mismos que aparecen en uno de los blog que ya mencioné: Andanzas y Abismos de Monsieur Saralegui. Y ellos son personajes que me acompañan desde hace décadas, personajes que he utilizado no sólo en la escritura de relatos, no sólo en las redes sociales sino también en alguno de mis programas de radio. Monsieur Saralegui, don Lupercio, Joe Cannabis, Nina Molotov, el viejo Torrejona o el ñato Partagás, entre muchos otros, son personajes que se desenvuelven en un mundo de conversaciones bizantinas, divagaciones variadas y acciones bizarras. Tengo muchos capítulos por terminar y lo más importante: tengo el inicio, el nudo y el remate, es decir: una historia que contar. Pero por todo lo que enumero antes, me da fiaca. Quizá algún día pueda sentarme y terminarla.

10 — ¿Qué es lo que más te ha importado —por así decir— y te importa de la poesía?

HT — Lo que más me ha importado siempre es la poesía (quienes me conocen lo saben y algunos hasta lo han sufrido), pero la poesía en su estado vital, algo de ella que no se momifica en la escritura sino que se continúa y extiende: las impresiones, las emociones, los gestos, lo sutil y lo espeso, lo que flota o se arrastra. Lo que rechaza o abraza.
Los datos, los números, lo probatorio de los objetos siempre han sido para mí un obstáculo o una prueba por demás insuficiente de lo inatrapable. Es decir, descarto, me quedo al fin con lo que más me interesa: la búsqueda de la trasparencia.

11 — Rozás el tema de que no poseés ni un ejemplar de algunos libros de tu autoría.

HT — Soy un tipo sumamente descuidado en estas cuestiones y a tal punto lo soy que, en efecto, ni siquiera he guardado para mi biblioteca un ejemplar de cada uno de mis libros (ni qué hablar de revistas y artículos en diarios). Como ejemplo de esto creo que es significativo que jamás guardé ni diplomas ni objetos ni premios que fui desperdigando en las manos de las personas que quiero. Es decir, que hay libros míos que yo no tengo, con excepción de “Tangopoemas” y “Naufragario”, porque mis viejos conservaron un ejemplar de cada uno, y de “Fuego negro” porque es el más cercano en el tiempo y mezquiné los últimos ejemplares.

12 — ¿Thelonious Monk (1917-1982), Ella Fitzgerald (1917-1996), Django Reinhardt (1910-1953), Nina Simone (1933-2003), Enrique “Mono” Villegas (1913-1986) o Billie Holiday (1915-1959)?...

HT — Al “Mono” Villegas tuve la suerte de escucharlo muchas veces en vivo y el mejor de esos recuerdos fue durante un ciclo que hizo Manolo Juárez con diferentes pianistas. Una noche compartieron el escenario, la música y los chistes dos tipos geniales, uno era el “Mono”, el otro, el “Cuchi” Leguizamón. Aquello fue de antología.

Con respecto a las cantantes tengo una particular debilidad por el estilo desgarrado de Billie Holiday y gran admiración por la capacidad de la Fitzgerald, -como de Sarah Vaughan-, especialmente cuando encaran el scat. Pero mi cantante de jazz preferida es Carmen McRae porque al escucharla a ella sola, las escucho a todas. De Django Reinhardt puedo decir que la mixtura entre su enorme talento y su historia personal, es decir: las dificultades que limitaban su expresión, lo convirtieron en un músico indispensable, aunque -debo ser sincero- el hot jazz no es de mi preferencia.

Ahora, si de todos los admirados músicos e intérpretes que mencionás debo elegir a uno para hablar de jazz, sin pestañear lo elijo a Monk. Porque Monk define el espíritu de lo que en mí sucede frente a la magia de la improvisación y especialmente en el bebop, que es —dentro de mi canal emotivo— el jazz por excelencia. Estos locos que un día inventaron una música para que los blancos no se la robaran como había sucedido con el swing, entraron en mi adolescencia con una coctelera de fuego. Bird, Dizzy, Monk, Bud Powell, Mingus y algunos otros me señalaron los caminos de la rebelión del espíritu, como lo hicieron casi al mismo tiempo los poetas surrealistas. Gracias a esa etapa entre los catorce y los diecisiete años aprendí que en el espacio entre mi cabeza y mi corazón cabía todo lo que podía imaginar y también lo que aún no había imaginado. Al fin y al cabo fue Monk quien dijo: "Hay luz porque siempre es de noche". Ahí está el poema.

13 — El vino y la ginebra son un par de bebidas alcohólicas que ya han sido nombradas. Y un poemario tuyo que permanece inédito se titula “El whisky desnudo”. ¿Nos contás de ese whisky, de esa desnudez? ¿Otros libros tenés ya cerrados y a la espera de difusión?

HT — Bueno, si vamos a tocar este punto antes debo decir que mi libro Naufragario, publicado en el ´95, es un largo trayecto no sólo por los puertos, no sólo por las diferentes partes del cuerpo femenino sino además, un largo recorrido por todas las bebidas alcohólicas que conozco. Ahora bien, El Whisky Desnudo, que no refiere ya a alcoholes sino a la condición humana, es una sucesión de poemas muy breves y forma parte de un libro aún inédito que consta de 6 poemarios.

Mientras espero de alguna editorial la absolución para este libro, sigo trabajando en otros dos flancos: uno es Elogios, al que estoy dejando escanciar ya que si la palabra es tirana conmigo no lo soy menos con ella cuando dejo en un cajón poemas para que se aburran y entiendan que si quieren volver a salir al recreo tendrán que hacerlo con los bracitos abiertos. Y otro muy reciente que nace de una estadía durante el verano con mi compañera, la poeta Laura Ponce, en la selva misionera, en el llamado “corredor verde de la selva paranaense”. Una experiencia -para mí- de gran conmoción, en el medio de la nada o mejor dicho, justo en el centro del todo.

14 — ¿Cuáles son tus preferencias en el terreno de la narrativa en castellano y tus autores favoritos?

HT — A ver. Nací en una casa en la cual mi padre leía el diario todos los días y mi madre coleccionaba recetarios de cocina, pero era una casa sin libros. Aprendí a leer de las revistas de historietas, cuando comencé la primaria ya leía de corrido. Mis padres por suerte notaron por un lado que mi tempranísima verborragia respondía a alguna cosa extraña que me llevaba a degustar y repetir ciertas palabras como si fueran chocolates y por el otro mi avidez por encerrarme a leer. Fue así que compraron la colección Robin Hood y una enciclopedia en 3 tomos que devoré en el trascurso de esos primeros años. Y esos eran los únicos libros que había en mi casa. Al cumplir doce años recibí un regalo que me llevó a descubrir que había “otra” literatura, un libro de cuentos de Julio Cortázar: “Todos los fuego el fuego”, que leí y releí hasta que alguien se dio cuenta que debía ampliar mi biblioteca. Aquí me detengo y hago una observación: estamos hablando de la década del ´60, pleno auge de la literatura latinoamericana o el “Boom”, como se lo llamaba entonces. Esto significa que de Cortázar pasé a García Márquez y de ahí a Carpentier, Scorza, Roa Bastos y aquí me detengo para no seguir una lista de nombres esperables. Pero esos mismos nombres -su escritura- como es de suponer me llevaron al otro lado del océano, a otros mundos posibles y también hacia el propio territorio, hacia adentro. Y así me enamoré de la escritura de Leopoldo Marechal que también me llevó a otros territorios. Y Borges, el narrador, que llegó para quedarse. Luego aparecieron Haroldo Conti, Moyano, Saer. Más cerca en el tiempo Andrés Rivera o Piglia. En fin, diré una obviedad, quien ama leer tiene muchos súper héroes.

15 — ¿A dónde pudieran llevarte los vocablos “crudívoro”, “razonable”, “provecta”, “inercial” y “estaca”?

HT — No necesariamente todas las palabras me llevan a un lugar en particular y cuando una palabra me traslada es desde el sonido, no desde el sentido. En más de una ocasión he planteado que las palabras no son otra cosa que artefactos, artefactos para alzar o derribar el poema. Elijo cada palabra por el sentido de lo que se quiere significar, pero no es eso lo que la sostiene dentro del poema sino su resonancia. La suma de palabras –sonidos- hacen al ritmo y el ritmo es primordial para que el poema cobre vuelo o se derrumbe. Si además agrego que la búsqueda de la transparencia es para mí sustancial en un poema, difícilmente tropiece con palabras que yo sienta que lo enlodan o al menos trato de evitarlo. Aquí agregaría que esos artefactos, las palabras, conllevan en algunos casos elementos que podría llamar cósmicos o directamente mágicos y que -por destino ya del mundo espiritual, ya del inconsciente, nunca sabré la procedencia- me disparan hacia territorios inesperados. Pero, insisto, eso ocurre con algunas palabras, no con todas y no siempre.

16 — ¿Causas perdidas?...: tuyas o no únicamente tuyas.

HT — ¡Quienes me conocen bien sostienen que yo mismo soy una causa perdida! Ahora, en serio, hoy no visualizo causas perdidas en lo personal. Quizá en lo colectivo, seguramente, y digo quizá porque en algún punto no las siento perdidas sino en estado de permanente espera, en constante vigilia. Aquello a lo que algunos llaman utopía, eso que me sigue desvelando -hoy con menos energía en el cuerpo que ayer, pero con la misma convicción- y que continúa siendo para mí primordial, es decir, la búsqueda del camino hacia un porvenir humano verdaderamente justo, equitativo, libre, solidario.

17 — ¿Acordarías con la poeta Patricia Díaz Bialet en que de las corrientes poéticas del siglo XX, las más interesantes son “el creacionismo y el surrealismo”?

HT — Adhiero plenamente, claro. Son vanguardias, además, que estuvieron hermanadas en algún punto: de un lado el Creacionismo exponía la idea de una creación pura, producto de la invención y de alcanzar la belleza a través de la imagen. Del otro, el Surrealismo proponía por medio del azar o la escritura automática, lo onírico y el humor, privilegiando el lugar del inconsciente como disparador y alejado de lo racional, también alcanzar la belleza a través de la imagen. Pero el surrealismo hizo un aporte fundamental, fue más allá. En el surrealismo lo más importante, lo más vanguardista, no fueron sus “técnicas” o aquello que Bretón convirtió en “escuela” sino el hecho de quitar la divinidad del centro y en su lugar poner al hombre. El surrealismo encarna “una concepción total del hombre y del universo”, como decía Enrique Molina. Y eso fue lo realmente revolucionario.

18 — El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo reordenarías con algún criterio, orientación o sentido?

HT — El silencio como lo sorprendente son aspectos cardinales, la combinación de ambos me impulsa a la escritura y refuerza lo místico que hay en mí. Hasta diría que no me imagino sin ellos. El fervor es una característica importante en mi poesía del mismo modo que lo es en mi forma de ver el mundo y de transitarlo. No la oscuridad, pero sí la penumbra es una vieja y querida compañera por la que me siento abrigado siempre. La gravitación de los gestos, para alguien tan detallista como lo soy, tienen un componente principal a la hora de conectarme tanto con la escritura como con el entorno. El sentimiento de desolación y del que soy totalmente consiente porque la vida me ha enseñado a reconocerlo bien, me arrastra a la tristeza, motivo por el cual trato de apartarlo aunque inútilmente muchas veces. En cuanto a la intemperancia, la dejo para el final porque me reconozco (y se me reconoce en el ámbito de lo íntimo) como una persona intolerante y lo soy, pero sólo frente a las cosas que -según mi visión- atentan contra lo humano.

19 — ¿Qué significa para vos —y elijo aquel cuyo título me entusiasma— tu libro “El nadador unánime”?

HG — El Nadador Unánime es una serie de poemas breves, un recorrido por una parte sustancial de mi infancia y un homenaje a mis abuelos maternos. Mis abuelos vascos tenían un pequeño tambo en las afueras del pueblo y muy cerca del río en San Antonio de Areco, a 100 kilómetros de Buenos Aires. En las vacaciones de verano me quedaba con ellos, ya que mi padre atendía su negocio y mi madre y mi hermana regresaban con él a la capital. También las vacaciones de invierno y los fines de semana largo eran en Areco. Para un pibe urbano como yo, aquel era un mundo de fantasía. Esos altos montes, la vastedad de la llanura, los pájaros, los insectos (que me siguen maravillando), los animales de granja y los otros, ese río (en el que aprendí a nadar) y su paisaje; en fin, todo un concierto de asombros. Y ese mundo diferente que me rodeaba presidido por mis abuelos, mis dos más grandes y amados fantasmas.

Antes de pasar a lo central de tu pregunta quisiera detenerme en otro asunto: No puedo hablar por todos, claro, sólo hablo de mí y de lo que a mí me pasa. La poesía siempre responde en primera instancia a una lógica de las emociones. Entre los pasos inevitables que me llevan finalmente al poema, es decir: la contemplación, la revelación y la aproximación, pasos en donde siempre está presente lo inasible de la belleza, es el niño que vive en mí -el niño como representación de lo instintivo o su rostro más salvaje- quien late, intuye y me empuja a la escritura. Luego el adulto es quién corrige, porque es el adulto el que sabe, el que razona, el que intelectualiza. Pero al poema lo hace el niño, siempre, porque es el niño, aún frente a las cosas más triviales de lo cotidiano, quien avista, se conmociona y traduce a través de la palabra hecha imagen.

Volviendo al Nadador Unánime, en un momento que no puedo precisar surgieron estos textos que conformaron el poemario. Fue una irrupción vertiginosa, como suele sucederme, escrito en unas pocas semanas en un estado de inquietud ensoñada que generalmente saca de sus casillas a mi entorno. Y también como suele sucederme, así como la escritura nace intempestivamente, la corrección fue de una lentitud embalsamante. En mi poesía la presencia de la naturaleza es una constante, un elemento permanente en mi discurso poético, pero no lo transcendental; en este poemario sí lo es y para responder en concreto a tu pregunta diría que El Nadador Unánime es para mí el intento de atrapar la felicidad de aquel mundo perdido. Aunque si lo pienso bien, esa persecución está en toda mi poesía porque, al fin y al cabo, como diría Molina, la poesía es “el demonio de la insatisfacción permanente".

20 — Santiago Espel —como vos, integrante de “La Sociedad de los Poetas Vivos”—, en su “Notas sobre la poesía” se formula las preguntas que ahora te transfiero: ¿Dónde refleja el poema su época? ¿En el tratamiento del lenguaje o en los temas que aborda?

HT —En ese sentido puedo pensar que el poema refleja su época en ambos planos, podemos encontrar muchas muestras de ello; pero creo que más allá de los sucesos que, parafraseando a Marx, son cíclicos, lo que definitivamente determina la época en el poema es el lenguaje. No obstante pienso que la buena poesía es atemporal. Voy a ese tipo de ejemplos antipáticos, extremos e inútiles: ¿Podemos imaginar la irrupción del movimiento piquetero del siglo XX descripto en el lenguaje de Quevedo o de Góngora? Al menos nos haría gracia. Trataré de dar otro ejemplo pero en la dirección que intento responder y para ello regreso a Enrique Molina, para mí quizá el mayor poeta que ha dado nuestro país. Creo y pienso y siento que la mejor poesía es lárica y es lírica. Lo lírico en Molina es claro, está dado por el uso de sus imágenes sorprendentes y la conmoción que de ellas se desprende. En cuanto a lo lárico, Molina no se detiene nunca en una geografía, su lugar es el mundo. ¿Y esto qué tiene que ver con la pregunta? Pues que en la poesía de Molina no hay temas que se vinculen con un tiempo en particular, con sucesos fidedignos, con aspectos de la realidad histórica. La época, el tiempo, para Molina es el de la poesía y lo que lo hace un contemporáneo es justamente su lenguaje.



viernes, 5 de enero de 2018

CUESTIONARIO de Alejandro Schmidt a Hugo Toscadaray




1 - ¿Qué objetos te acompañaron toda tu vida?

El cuerpo. el que veo y el que intuyo. Alzar la copa de vino y observar en la otra mano, la quieta, cierto temblor, las venas rugosas. Sentir el trago que ingresa y la saliva, tras el trago. Los pies en el frío y no viceversa. La voz que habla sola, la verdadera voz. Una gota de sangre en el lavabo. También el cuerpo intangible. El otro cuerpo. ese que recuerda, piensa, siente y vuelve a recordar, indefinidamente.

2 - ¿Sentís presencias, voces, músicas del trasmundo?

Hay épocas en las que ciertas percepciones son de una nitidez estremecedora. Pero nunca las alcanzo al escribirlas. Es infructuoso. Nunca las alcanzo. Y se demoran entre un salto y otro. Igual las espero cada día. Estoy alerta. Las más de las veces, en vano.

3 - ¿Qué pensás de la rosa, los anillos, el mar y los tatuajes?

Que son palabras, artefactos, trucos para levantar o derribar el poema.

4 - ¿Cuál es tu superstición?

Ir de noche a caminar a orillas del río Areco, como antes al Río de la Plata y esperar que algo suceda. Que las aguas (no esas que miro, sino las que siento correr dentro, que son todas las aguas) me den aunque sea una palabra, un indicio, una ráfaga de algo que todavía en mi no se ha manifestado.

5 - ¿En qué parte del cuerpo, el aire o el paisaje sentís la poesía?

Soy dionisiaco y la poesía está en todo el cuerpo y en aquellas cosas que al cuerpo deleitan. Pero al mismo tiempo soy Minotauro y la poesía está en otro territorio, uno impreciso. Todo está adentro y todo está afuera, como en las Tablas de Esmeralda de Trismegisto. Viajo entre el arriba y el abajo, sin descanso. Busco por la pasión de buscar, yendo y regresando, una y otra vez, pero en realidad, sin moverme. La poesía se mueve por mí.

6 - ¿Escribís mientras escribís, o antes, o después?

Creo que siempre es antes. En mi caso, al menos. Creo que es mi niño el capacitado para algún tipo de hallazgo, por llamarlo de algún modo. Las tareas de reproducir, primero y corregir, después las hace el adulto. Es el que sabe o –mejor dicho- el que supone que sabe. Pero antes de dar estos pasos, el niño ya hizo todo lo que importa en verdad. Lo único que importa.

7 - ¿Qué autores no releerías?

No pienso en cuáles no releería porque ya están incorporados y forman parte de las influencias, esas que sirven para saber qué es lo que no quiero. Prefiero pensar en autores que me hubiera gustado descubrir antes de los 20 años, como Celan o Elytis, por nombrar algunos y mucho mas aún, pensar en aquellos poetas que no conozco todavía.

8 - ¿De los poetas que conociste cuál, cuales te parecieron que unían su vida a sus palabras?

De los muchos que me ha tocado conocer, en referencia directa a la pregunta, me impactó Gelman. Con Eugenio Mandrini me une una amistad principal, diría, pero quizá también sea por esta coherencia que lo amo. Seguramente hay mas, que ahora no recuerdo. No lo conocí a él, aunque si y mucho a su entorno, ha sido fundamental en mi como lector de poesía y motor en mi primera juventud, pero dicen de Tuñón, que en este aspecto era uno de los imbatibles.

9 - ¿Qué, quién, quiénes escriben en vos?

No quisiera sonar recurrente, pero diría que es el niño o todo eso que llamo niño. El portador de cierta memoria, también de una atroz melancolía, del placer de los sentidos, de lo lúdico, lo onírico, de la negación de la felicidad.

10 - ¿Vuelven algunas palabras, algunos temas o algunos climas?

Todo regresa, todo el tiempo. Las palabras, los temas, los climas. Todo. Ellos me envuelven desde el principio aunque los paisajes, el interior y el exterior, cambien con uno. Pero si la poesía es tono, ritmo e imagen; el tono o la voz interna, no cambia. El ritmo o la respiración y el latido, tampoco cambian. Y la imagen... Ah la imagen, eso es otra cosa. La imagen es una trampa formidable para que creamos que es otro quien escribe. Pero es un camuflaje. Siempre escribe el mismo, rodeado de lo mismo.

11 - ¿En tu vida la poesía, como propósito, destino o circunstancia?

Yo soy mi palabra. Mi palabra es lo que escribo y también lo que no escribo. En mi palabra está cómo me doy y cómo me niego. Además soy hombre, pero ese hombre que soy también se hace palabra y a la hora de la acción, el tiburón de la palabra se devora al hombre.

12 - ¿Qué quisieras leer mañana, que quisieras releer para siempre?

Releer siempre” es para mi “Anábasis” de Perse. Al menos hasta ahora. Lo comencé a leer antes de los 25 años, tengo 54 y cada vez que lo abro hay allí un nuevo texto y un nuevo lector. Ambos me siguen sorprendiendo.

13 - ¿Qué pensás del romanticismo alemán?

Supongo que podría haber sobrevivido sin leer a Goethe, a Novalis, a Heine o a Schiller; pero yo no sería yo sin haber leído a Hölderlin. Entonces y más allá de la subjetividad de nombres, cosa caprichosa si las hay, el romanticismo fue algo que debía suceder inexorablemente. Y sucedió, como luego el modernismo y el surrealismo después.

14 - ¿El silencio, la soledad, la transparencia, el orden, adentro, afuera, a veces, nunca?

El silencio y la soledad como aliados insustituibles. Amo algunas transparencias, pero no a todas. No tengo que ver con el orden, no me simpatiza y además me asusta. Adentro y afuera son, como arriba y abajo, lo mismo. El a veces, con gusto a poco o a exceso, vale un reino. El nunca, como el jamás, el nada y el siempre, son las palabras mas largas del mundo. Estas si me gustan, aunque las bastardeo a cada paso. Ellas se dejan. Quizá es por eso que me gustan.

15 - ¿Qué fue lo imposible?

Recobrar lo nítido de ciertas visiones hoy confusas: Una canoa roja a la deriva o tal vez, azul. Un jilguero asustado. Las manos de mi abuelo partiendo el pan. El resplandor de la escarcha camino a la escuela. Y aquel verano. Aquel verano.

16 - ¿La poesía es un arma cargada de futuro, pasado, eternidad?

La poesía, el arte, no pueden cambiar al mundo pero pueden modificar algo en el hombre. Ya se sabe. En este sentido diría que Gabriel Celaya tenía razón. Pero personalmente creo que la poesía, si es un arma, está cargada sólo de pasado y de ahora inmediato. No se qué cosa será la eternidad, pero –parafraseando a Desnós- “Tengo un profundo sentido de lo infinito”. Y esto es lo que me hace poeta.

17 - ¿La poesía es literatura?

Es literatura porque es lenguaje, pero sólo eso. Ahí comienza y ahí termina toda su relación. Cuando hablo del niño, estoy hablando de un estado, un estado lírico, total no parcial, un estado de búsqueda del espíritu a través del lenguaje, un estado de revuelta que surja desde la palabra para despertar al hombre salvaje que nos habita, muy adentro. Ese hombre en cuclillas que nos mira desde el fondo del arrecife. Un vislumbre en un cuarto cerrado.  

18 - ¿Qué lugar ocupa la poesía Argentina en Latinoamérica y en la
lengua castellana?

Creo que, lo que se podría llamar “espíritu de lo europeo”, ha germinado aquí como en ningún otro sitio del continente. Pero también es cierto que fuera de las grandes ciudades este “espíritu” se hace menos evidente. En cuanto a la lengua castellana, quizá por ese detalle que menciono, la poesía argentina haya cobrado una dimensión distinta; ni mejor, ni peor, diferente.

19 - ¿Cuáles poetas argentinos te parece que deberían estar y no están?

Ramponi es un poeta invisible y pocos merecerían, pienso, un lugar mas alto. De Lellis, igual, es otro ninguneado inexplicablemente. A Fijman se lo encerró desde adentro y desde afuera y no se lo deja salir más que de “recreo”. Romilio Ribero fue un poeta salvaje y desesperado. Lo arrinconó el olvido. A Porchia cada vez se lo empuja más a la nada. Viel Temperley es casi un fantasma. María Meleck Vivanco, sólo un maravilloso recuerdo para sus amigos, pero nada más. En fin. No sigo.

20 - ¿Alguien te llevó, o fuiste solo a esa palabra oscura?

Otra vez el niño... y ciertas lecturas, claro. Ahora pienso en Vallejo, más que en ningún otro.


21 - Fuera de la poesía ¿que campo del arte te interesa?

Me interesa todo el arte porque la poesía forma parte de él, es su hueso. Si escucho a Charlie Parker, escucho un poema de Charlie Parker. Si observo una pintura de Francis Bacon, veo un poema de Francis Bacon. Del mismo modo que si me paro a orillas del río, me conmueve el inquietante discurso del agua. Para el poeta la poesía está en todas las cosas. La poesía es dios para el poeta.

22 - ¿La poesía es una tarea del espíritu o una emanación de la historia? ¿Hay espíritu, hay historia?

Si la poesía está en todas las cosas, pues, no hay divorcio posible.

23 - ¿Cuál es la mayor dificultad en la relación existencia-poesía?

La poesía es una forma de vida, pero existir es sobrevivir. Ahí nace el espanto.