1
— ¿Cómo has ido (y venido)? ¿Cómo vas?...
HT
— Cuando cumplí cincuenta años me miré en el espejo, entonces vi
señales que antes no estaban. Pero me dije: El tiempo no existe.
Luego recibí un llamado por el que supe que un amigo muy querido
había muerto. Pero me dije: El tiempo no existe. Después llegó mi
pequeña hija casi hecha mujer. Pero me dije: El tiempo no existe.
Finalmente giré la cabeza y vi que el camino hacia atrás era mucho
pero mucho más largo que el que tenía por delante. Pero ya no me
importó porque lo que había detrás era tan fuerte, tan poderoso,
como aquello que aún estaba por venir.
Nací
en el barrio de Villa Luro. Porteño por nacimiento y andanza,
virginiano por naturaleza y cronopio por decantación mágica (o al
menos es lo que me dijo Cortázar en el ‘84 tocándome el hombro).
Mi infancia (sus increíbles tesoros) y mi barrio son mi andamiaje,
mi única patria y mi bandera. Soy un muchacho triste que siempre
anda contento. He vivido en muchos barrios de mi ciudad natal pero he
dormido en todos. También he vivido en el faldón del
Cerro Uritorco entre hippies y alucinados. Y además en la ciudad
capital de la provincia de San Luis donde conocí el insomnio y la
desesperanza. He trabajado en el puerto de Buenos Aires
muchos años junto a los barcos que alimentaron mi sed. Tengo un
master en supervivencia y otro en soñar despierto. Fui publicista,
vendedor de perfumes sofisticados, fundidor de iniciativas
comerciales, burócrata y coordinador de talleres literarios,
empezando por centros barriales, hasta la Universidad Nacional de San
Luis. También ejerciendo el periodismo en diferentes espacios, como
las llamadas en su momento FM Truchas o en la FM Universidad, y en
distintas revistas y periódicos barriales. Hoy lo sigo haciendo en
una radio cultural y en desperdigados impresos.
Por definición
callejera fui un atorrante desde la adolescencia, es decir, una
especie de fauno que deambulaba por los bares en las noches de la
gran ciudad, hasta que vino el fantasma del paso del tiempo y me
anunció con su matraca el fin del recreo. Amigo fervoroso, bohemio
incorregible, dionisíaco en las mesas e intrépido en los funerales;
simpático a veces, cabrón muchas y melancólico siempre hasta la
pesadilla. Olvidé cada fracaso para reincidir después en cada uno,
tanto hasta lograr corporizar al dolor para que fuera mi amigo. Amo
el rumor de los pájaros, la solemnidad de los escarabajos, la música
del agua y los abrazos, la rebelión de los abrazos. Amo la lluvia,
el perfume de las hojas quemadas en otoño y las tormentas. Amo la
noche, los bodegones hundidos en la noche, los barcos y los puertos,
las cocinas humeantes, las asambleas populares y el canto colectivo.
No hablo del odio, el rostro aciago del amor, porque voto al
amor y su faena; mas desprecio la injusticia y la violencia cotidiana
de los poderosos sobre los que no tienen nada. Aborrezco además a
los automóviles porque matan al hombre más que las fieras; a los
teléfonos porque carecen de piel y de temblores y a los aviones
porque despojaron del misterio a las enormes distancias. No creo en
dios alguno pero parafraseando a Robert Desnós "Tengo un
profundo sentido de lo infinito, lo que me hace tan religioso como
cualquiera". Pienso, por otra parte, que sin misticismo no hay
arte. Todo poeta es místico. Además de todo esto, voy
enamorado.
2
— ¿Qué programas radiales has conducido? ¿Qué te demandaba cada
uno en su producción?
HT
— En los últimos años eran cuatro: “Las Cosas y los Días”:
periodístico de noticias, lunes a viernes de 11 a 13 horas;
“Alrededor de la Medianoche”: dedicado al jazz, lunes, miércoles
y viernes de 22 a 24 horas; “El Caballo en el Tejado”: dedicado a
la poesía, martes de 22 a 24 horas; “Casa de Náufragos”: sobre
el hombre y su entorno, jueves de 22 a 24 horas.
Con
relación a la producción de cada uno —porque he sido el productor
de mis propios programas—, lo que me demandan es tiempo,
concentración y —lo que más me exijo— el buen gusto. Hay
programas como el de 11 a 13, que me ocupaba toda la mañana ya que
debía levantarme muy muy temprano, leer las noticias, elegir las que
me parecían relevantes pero que además se ocultan en los grandes
medios, masticarlas, reflexionar sobre cada una y a partir de allí
armar el discurso comunicacional. A todo eso debo agregar la elección
de la música para cada una de esas noticias.
El
caso del programa de jazz es bien diferente porque lo que hacía era
elegir uno o dos intérpretes, buscar el material biográfico sobre
cada uno y luego la mejor parte: seleccionar la música. En el caso
del de poesía, el modus operandi es similar: optaba por la obra de
un poeta, seleccionaba el material para dos horas de programa y le
sumaba un intérprete para la música, generalmente instrumental, que
acompañara los textos.
Finalmente
“Casa de Náufragos”, que es el que más he disfrutado y —por
los muchos y diversos comentarios que recibía— el que más
disfrutaban los oyentes. Es un programa de tono intimista, lo que se
denomina “un programa de autor”. En él tomaba un tema diferente
en cada entrega, que iban desde La Soledad o La Infancia hasta La
Guerra o Los Medios de Comunicación, desde El Vino o El Tabaco hasta
La Democracia o La Explotación. Siempre con un tema central desde el
cual exponía mis sentires y mirares. También era el programa que
mayor producción requería, ya que contaba con unos veinte textos
para cada noche de jueves y la particularidad del eclecticismo en la
música; nunca repetí un mismo género en cada emisión: había un
tango, una cueca, un landó peruano, música gitana, jazz, fado,
chansón, en fin, trataba de acompañar cada texto con lo que
emotivamente me llevaba a una música y muchas veces a una región
particular. Como verás, Rolando, podríamos decir que es insalubre
pero eso sí: me mantenía despierto y muchas veces exultante.
3
— Siendo un veinteañero formaste parte de “El Taller del Sur —
Resistencia Cultural”. ¿Con quiénes, cómo resistían en plena
dictadura cívico-militar?
HT
— Yo militaba en una organización de izquierda (lo hice desde el
74, en la secundaria, hasta iniciado el nuevo siglo) y estaba de
novio con la que fue mi primera pareja. Ella es pintora y vivía en
Sarandí-Avellaneda. Nos movíamos en ese entorno de artistas y
bohemios. En el 79 decidimos estar en la calle con lo que cada uno
hacía, de ese modo tomábamos, por ejemplo, el Parque Domínico y
montábamos la muestra de pintores y la lectura de poemas,
habitualmente parados en los viejos bancos de mármol del parque. A
veces alguien cantaba y otras, alguien bailaba. Esto lo hacíamos
itinerante, mudábamos la muestra cada domingo. Cuando aparecían
“caras extrañas”, nos íbamos. Te debo los nombres, alguien
podría ofenderse con estos recuerdos, es gente que dejé de ver hace
mil años.
Lo
que podría agregar es que hacia el final de esta etapa y por
contactos surgidos de ella, comencé a frecuentar las oficinas de la
Editorial Botella al Mar. Allí conocí y confraternicé hasta su
fallecimiento con Arturo Cuadrado, con Francisco Madariaga, Elida
Manselli, Alejandrina Devescovi, Irene Marks, Squeo Acuña, Carmen
Bruna, Horacio Laitano, Eduardo Biravent, Carlos Giovanolla (quien
publicó mi primer poemario en su editorial El Cañón Oxidado), y
otros cuyos nombres ahora se me escapan. El caso es que los jueves a
la tarde/noche en la oficina de la calle Viamonte se armaban unas
reuniones formidables en las que las conversaciones y la risa eran el
centro.
4
— Pocos años después, durante el gobierno de Raúl Ricardo
Alfonsín, integraste “Tome y Traiga”, el grupo multicultural
dirigido por los poetas Armando Tejada Gómez (1929-1992), Héctor
Negro (1934-2015) y Hamlet Lima Quintana (1923-2002). ¿Cómo eran
ellos entonces, de quién te sentías más próximo, con qué
palabras los evocarías?
HT
— El “Tome y Traiga” duró poco, una pena, era un buen
proyecto. Nos juntábamos al inicio en el sótano de “LiberArte”
y al fin terminamos en el sótano de una pizzería en Villa Crespo,
que se inundaba con las lluvias porque estaba a la altura del arroyo
Maldonado, sobre la Avenida Juan B. Justo. Probablemente lo más
significativo de esa experiencia para algunos de nosotros haya sido
que funcionó como embrión de lo que muy poco después fue la
conformación de La Sociedad de los Poetas Vivos. En el “Tome y
Traiga” nunca sacamos la cuenta real del número de artistas y
escritores pero éramos un montón. Había de todo, poetas,
narradores, músicos, bailarines, plásticos. En fin, era una movida
que iniciaron quienes nombrabas, tipos con un prestigio bien ganado
como poetas pero también como militantes del campo popular.
Tanto
Armando Tejada como Héctor Negro fueron siempre generosos y abiertos
conmigo. Con Armando discutíamos bastante, “sin perder jamás la
ternura”, pero bastante. Era habitual que reclamara de mí un
“compromiso con la poesía popular”, cosa que invariablemente yo
desestimaba y enfatizaba, además: “dejá el surrealismo porque eso
distrae”. Cuando terminaban esas discusiones, a veces, furibundas,
me abrazaba y me repetía que “a pesar de todo” le gustaban mis
poemas. Discutíamos, sí, pero también nos reíamos mucho. Con
Negro fortalecimos la relación con el paso del tiempo. Tuvimos
encuentros con más frecuencia en los últimos años que al inicio.
Con quien siempre me sentí más hermanado fue con Hamlet. Creo que
tiene que ver con el simple hecho de que Hamlet andaba más por el
centro, por los bares que yo frecuenté casi toda mi vida y era muy
común, casi cotidiano juntarnos alrededor de una ginebra y quedarnos
hasta el amanecer hablando de las cosas de la vida, como hacen los
amigos.
5
— Como Lima Quintana, Tejada Gómez y Héctor Negro, también
poemas de tu autoría fueron musicalizados por Carlos Andreoli, por
Moncho Mierez. ¿Nos contás sobre esta arista?
HT
— Sí, y también por Hugo Pardo y por Juan Carlos Muñiz. Yo no
soy letrista, siempre lo puntualizo, soy un poeta que algunas veces
escribe un poema para ser cantado. Y eso es todo. No conozco las
reglas de la letrística ni me desvela conocerlas. Desde la infancia
he tenido una asombrosa facilidad para la rima. En mi casa natal se
escuchaban canciones todo el día y deduzco que mi oreja se
acostumbró a eso. Para mí escribir una letra es un recreo, lo
lúdico, me distrae, y especialmente me saca de ese lugar fangoso del
poema. Obviamente que este comentario no va en detrimento de los
letristas entre quienes tengo amigos entrañables, ni debo aclararlo,
pero escribir la letra de una canción no me quita el sueño. El
poema sí me quita el sueño.
6
— Aunque probablemente no te has esmerado en difundirlo, tenés tu
experiencia como bloguero: ¿cuántos blogs tuviste, tenés, con qué
perfil cada uno?
HT
— ¡Ah! Los blogs, claro, nunca lo menciono ni hago hincapié
porque seguramente me resulta algo natural. Un blog para mí es como
sentarme con amigos a beber algo y contarles qué poetas me gustan.
Tengo un blog de poesía contemporánea: El Naufragario. Otro de
poesía argentina: Las Cosas y el Delirio. Otro de poesía del mundo:
Infierno Alegre. Y otro en el que voy desde poemas más extensos
hasta ensayos o crítica poética: La Nube Centrífuga. Pero hay más,
uno con poemas míos que muy raramente expongo, otro con textos de mi
programa radial: Casa de Náufragos, y otro muy querido: Andanzas y
Abismos de Monsieur Saralegui, en el que aparece toda mi veta
callejera, toda la cosa del barrio, en fin, el humor que me ha
salvado la vida infinidad de veces.
7
— ¿Observaciones, anécdotas originadas en encuentros de poetas en
los que hayas participado?
HT
— Concurrí a encuentros de poetas desde muy temprano. En Capilla
del Monte, Chilecito, Monteros, Lujan de Cuyo, Rosario, Gualeguay,
Santa Fe, Mendoza, San Juan, Neuquén, distintas ciudades del
interior de la provincia de Buenos Aires, en fin, desde hace más de
treinta años que ando con la mochila llena de gente. En las
anécdotas no voy a detenerme porque podría llenar un libro con
ellas.
Pienso
que los encuentros sirven para eso, para encontrarse con seres con
los que uno termina hermanado y también, vale decirlo, con
desencuentros con otros seres. A mí personalmente (y eso que soy de
Buenos Aires y uno erróneamente da por sentado que en Buenos Aires
estamos todos) me ha servido para conocer en otros sitios gente
maravillosa, a la que quisiera ver más seguido. En resumen, los
encuentros sirven para escuchar y conocer otras voces, otros tonos
bien diferentes al de uno y entre sí, pero fundamentalmente para
entrelazar afectos que han de ser, muchas veces, indestructibles.
8
— Hay un Toscadaray dramaturgo. De refilón he sabido que una pieza
tuya se titula “Paradero Singapur”. Contanos, Hugo, sobre ella,
si se estrenó, de qué trata, y eventualmente sobre otras que
pudieras haber escrito.
HT
— ¡Uh, bueno! Durante mi residencia en el barrio de San Telmo
(casi dos décadas por el barrio) me relacioné con personas de
teatro vinculadas al Teatro Escuela. Cuando supieron que escribía,
uno me pidió un monólogo para presentar en clase. Ése gustó y
llegó otro pedido. Y luego otro. Así es como empecé a escribir
monólogos. Un día, una muy querida amiga con un cargo en el
Instituto Nacional de Cine y muy conectada con ese ambiente, me
preguntó si me animaba a escribir una obra de teatro. Yo era joven e
inconsciente y le dije que sí. La obra en cuestión se llamó
“Paradero Singapur”. En el fondo no era otra cosa que un pariente
de “Esperando a Godot”, pero estaba bien y le gustó al productor
cuyo nombre —gracias a los dioses— he olvidado. El productor en
cuestión un día desapareció con el original (era el único
ejemplar, porque en esos tiempos era caro hacer cien fotocopias), y
por más que con mi amiga lo buscamos, el tipo y la carpeta se
hicieron humo. Es el motivo por el cual no quise escribir nunca más
teatro. Seguramente el espíritu de Moliere debe estar muy
agradecido.
9
— El otro día, mateando en mi casa con cuatro personas más, algo
nos empezaste a contar sobre una novela que te gustaría escribir,
sobre personajes de ella de los que te valés para expresar ciertas
ideas y opiniones y aspiraciones. Ahora tenés todo el espacio para
pormenorizar sobre esa novela y sus personajes.
HT
— Sí, recuerdo la charla. Aquí valdría una introducción. Tengo
una teoría sobre mí mismo y es la siguiente: de pibe yo quería ser
músico, mis padres me mandaron al conservatorio y era muy bueno en
solfeo y teoría pero mis manitas no obedecían y aunque incursioné
en alguna banda barrial de rocanrol, desistí. Derrotado por mi
torpeza decidí que debía ser pintor, amo la pintura. Mi ex mujer es
pintora y además nieta de Miguel Diomede, uno de los padres del
impresionismo argentino, pero mi torpeza de nuevo me indicó que no
me alcanzaba con los parentescos prestados y me decidí por la
escritura. Comencé con la narrativa, relatos fantásticos y siempre
breves. Algunos llegaron a publicarse en algunas revistas literarias,
de esas barriales. Pero si tenía que extender el relato lo dejaba a
medio hacer. Me agotaba. Así descubrí que lo mío era la poesía. O
como decía un narrador chileno amigo mío: la poesía es fácil
porque hay que escribir poquito. Es decir: llegué a la poesía de la
mano del puro fracaso, fue mi último recurso.
Ahora
en serio: creo que soy poeta porque pasé por todas esas disyuntivas
sin las cuales no hubiera encontrado mi propia voz, pero
fundamentalmente lo soy porque la palabra es lo que mejor me define.
Lo
de la novela —y lo anterior venía a cuento— es una idea de
muchos años que nunca termino de comenzar por el esfuerzo que
—descuento— me implicaría. Los personajes son los mismos que
aparecen en uno de los blog que ya mencioné: Andanzas y Abismos de
Monsieur Saralegui. Y ellos son personajes que me acompañan desde
hace décadas, personajes que he utilizado no sólo en la escritura
de relatos, no sólo en las redes sociales sino también en alguno de
mis programas de radio. Monsieur Saralegui, don Lupercio, Joe
Cannabis, Nina Molotov, el viejo Torrejona o el ñato Partagás,
entre muchos otros, son personajes que se desenvuelven en un mundo de
conversaciones bizantinas, divagaciones variadas y acciones bizarras.
Tengo muchos capítulos por terminar y lo más importante: tengo el
inicio, el nudo y el remate, es decir: una historia que contar. Pero
por todo lo que enumero antes, me da fiaca. Quizá algún día pueda
sentarme y terminarla.
10
— ¿Qué es lo que más te ha importado —por así decir— y te
importa de la poesía?
HT
— Lo que más me ha importado siempre es la poesía (quienes me
conocen lo saben y algunos hasta lo han sufrido), pero la poesía en
su estado vital, algo de ella que no se momifica en la escritura sino
que se continúa y extiende: las impresiones, las emociones, los
gestos, lo sutil y lo espeso, lo que flota o se arrastra. Lo que
rechaza o abraza.
Los
datos, los números, lo probatorio de los objetos siempre han sido
para mí un obstáculo o una prueba por demás insuficiente de lo
inatrapable. Es decir, descarto, me quedo al fin con lo que más me
interesa: la búsqueda de la trasparencia.
11
— Rozás el tema de que no poseés ni un ejemplar de algunos libros
de tu autoría.
HT
— Soy un tipo sumamente descuidado en estas cuestiones y a tal
punto lo soy que, en efecto, ni siquiera he guardado para mi
biblioteca un ejemplar de cada uno de mis libros (ni qué hablar de
revistas y artículos en diarios). Como ejemplo de esto creo que es
significativo que jamás guardé ni diplomas ni objetos ni premios
que fui desperdigando en las manos de las personas que quiero. Es
decir, que hay libros míos que yo no tengo, con excepción de
“Tangopoemas” y “Naufragario”, porque mis viejos conservaron
un ejemplar de cada uno, y de “Fuego negro” porque es el más
cercano en el tiempo y mezquiné los últimos ejemplares.
12
— ¿Thelonious Monk (1917-1982), Ella Fitzgerald (1917-1996),
Django Reinhardt (1910-1953), Nina Simone (1933-2003), Enrique “Mono”
Villegas (1913-1986) o Billie Holiday (1915-1959)?...
HT
— Al “Mono” Villegas tuve la suerte de escucharlo muchas veces
en vivo y el mejor de esos recuerdos fue durante un ciclo que hizo
Manolo Juárez con diferentes pianistas. Una noche compartieron el
escenario, la música y los chistes dos tipos geniales, uno era el
“Mono”, el otro, el “Cuchi” Leguizamón. Aquello fue de
antología.
Con
respecto a las cantantes tengo una particular debilidad por el estilo
desgarrado de Billie Holiday y gran admiración por la capacidad de
la Fitzgerald, -como de Sarah Vaughan-, especialmente cuando encaran
el scat. Pero mi cantante de jazz preferida es Carmen McRae porque al
escucharla a ella sola, las escucho a todas. De Django Reinhardt
puedo decir que la mixtura entre su enorme talento y su historia
personal, es decir: las dificultades que limitaban su expresión, lo
convirtieron en un músico indispensable, aunque -debo ser sincero-
el hot jazz no es de mi preferencia.
Ahora,
si de todos los admirados músicos e intérpretes que mencionás debo
elegir a uno para hablar de jazz, sin pestañear lo elijo a Monk.
Porque Monk define el espíritu de lo que en mí sucede frente a la
magia de la improvisación y especialmente en el bebop, que es
—dentro de mi canal emotivo— el jazz por excelencia. Estos locos
que un día inventaron una música para que los blancos no se la
robaran como había sucedido con el swing, entraron en mi
adolescencia con una coctelera de fuego. Bird, Dizzy, Monk, Bud
Powell, Mingus y algunos otros me señalaron los caminos de la
rebelión del espíritu, como lo hicieron casi al mismo tiempo los
poetas surrealistas. Gracias a esa etapa entre los catorce y los
diecisiete años aprendí que en el espacio entre mi cabeza y mi
corazón cabía todo lo que podía imaginar y también lo que aún no
había imaginado. Al fin y al cabo fue Monk quien dijo: "Hay luz
porque siempre es de noche". Ahí está el poema.
13
— El vino y la ginebra son un par de bebidas alcohólicas que ya
han sido nombradas. Y un poemario tuyo que permanece inédito se
titula “El whisky desnudo”. ¿Nos contás de ese whisky, de esa
desnudez? ¿Otros libros tenés ya cerrados y a la espera de
difusión?
HT
— Bueno, si vamos a tocar este punto antes debo decir que mi libro
Naufragario, publicado en el ´95, es un largo trayecto no sólo por
los puertos, no sólo por las diferentes partes del cuerpo femenino
sino además, un largo recorrido por todas las bebidas alcohólicas
que conozco. Ahora bien, El Whisky Desnudo, que no refiere ya a
alcoholes sino a la condición humana, es una sucesión de poemas muy
breves y forma parte de un libro aún inédito que consta de 6
poemarios.
Mientras
espero de alguna editorial la absolución para este libro, sigo
trabajando en otros dos flancos: uno es Elogios, al que estoy dejando
escanciar ya que si la palabra es tirana conmigo no lo soy menos con
ella cuando dejo en un cajón poemas para que se aburran y entiendan
que si quieren volver a salir al recreo tendrán que hacerlo con los
bracitos abiertos. Y otro muy reciente que nace de una estadía
durante el verano con mi compañera, la poeta Laura Ponce, en la
selva misionera, en el llamado “corredor verde de la selva
paranaense”. Una experiencia -para mí- de gran conmoción, en el
medio de la nada o mejor dicho, justo en el centro del todo.
14
— ¿Cuáles son tus preferencias en el terreno de la narrativa en
castellano y tus autores favoritos?
HT
— A ver. Nací en una casa en la cual mi padre leía el diario
todos los días y mi madre coleccionaba recetarios de cocina, pero
era una casa sin libros. Aprendí a leer de las revistas de
historietas, cuando comencé la primaria ya leía de corrido. Mis
padres por suerte notaron por un lado que mi tempranísima
verborragia respondía a alguna cosa extraña que me llevaba a
degustar y repetir ciertas palabras como si fueran chocolates y por
el otro mi avidez por encerrarme a leer. Fue así que compraron la
colección Robin Hood y una enciclopedia en 3 tomos que devoré en el
trascurso de esos primeros años. Y esos eran los únicos libros que
había en mi casa. Al cumplir doce años recibí un regalo que me
llevó a descubrir que había “otra” literatura, un libro de
cuentos de Julio Cortázar: “Todos los fuego el fuego”, que leí
y releí hasta que alguien se dio cuenta que debía ampliar mi
biblioteca. Aquí me detengo y hago una observación: estamos
hablando de la década del ´60, pleno auge de la literatura
latinoamericana o el “Boom”, como se lo llamaba entonces. Esto
significa que de Cortázar pasé a García Márquez y de ahí a
Carpentier, Scorza, Roa Bastos y aquí me detengo para no seguir una
lista de nombres esperables. Pero esos mismos nombres -su escritura-
como es de suponer me llevaron al otro lado del océano, a otros
mundos posibles y también hacia el propio territorio, hacia adentro.
Y así me enamoré de la escritura de Leopoldo Marechal que también
me llevó a otros territorios. Y Borges, el narrador, que llegó para
quedarse. Luego aparecieron Haroldo Conti, Moyano, Saer. Más cerca
en el tiempo Andrés Rivera o Piglia. En fin, diré una obviedad,
quien ama leer tiene muchos súper héroes.
15
— ¿A dónde pudieran llevarte los vocablos “crudívoro”,
“razonable”, “provecta”, “inercial” y “estaca”?
HT
— No necesariamente todas las palabras me llevan a un lugar en
particular y cuando una palabra me traslada es desde el sonido, no
desde el sentido. En más de una ocasión he planteado que las
palabras no son otra cosa que artefactos, artefactos para alzar o
derribar el poema. Elijo cada palabra por el sentido de lo que se
quiere significar, pero no es eso lo que la sostiene dentro del poema
sino su resonancia. La suma de palabras –sonidos- hacen al ritmo y
el ritmo es primordial para que el poema cobre vuelo o se derrumbe.
Si además agrego que la búsqueda de la transparencia es para mí
sustancial en un poema, difícilmente tropiece con palabras que yo
sienta que lo enlodan o al menos trato de evitarlo. Aquí agregaría
que esos artefactos, las palabras, conllevan en algunos casos
elementos que podría llamar cósmicos o directamente mágicos y que
-por destino ya del mundo espiritual, ya del inconsciente, nunca
sabré la procedencia- me disparan hacia territorios inesperados.
Pero, insisto, eso ocurre con algunas palabras, no con todas y no
siempre.
16
— ¿Causas perdidas?...: tuyas o no únicamente tuyas.
HT
— ¡Quienes me conocen bien sostienen que yo mismo soy una causa
perdida! Ahora, en serio, hoy no visualizo causas perdidas en lo
personal. Quizá en lo colectivo, seguramente, y digo quizá porque
en algún punto no las siento perdidas sino en estado de permanente
espera, en constante vigilia. Aquello a lo que algunos llaman utopía,
eso que me sigue desvelando -hoy con menos energía en el cuerpo que
ayer, pero con la misma convicción- y que continúa siendo para mí
primordial, es decir, la búsqueda del camino hacia un porvenir
humano verdaderamente justo, equitativo, libre, solidario.
17
— ¿Acordarías con la poeta Patricia Díaz Bialet en que de las
corrientes poéticas del siglo XX, las más interesantes son “el
creacionismo y el surrealismo”?
HT
— Adhiero plenamente, claro. Son vanguardias, además, que
estuvieron hermanadas en algún punto: de un lado el Creacionismo
exponía la idea de una creación pura, producto de la invención y
de alcanzar la belleza a través de la imagen. Del otro, el
Surrealismo proponía por medio del azar o la escritura automática,
lo onírico y el humor, privilegiando el lugar del inconsciente como
disparador y alejado de lo racional, también alcanzar la belleza a
través de la imagen. Pero el surrealismo hizo un aporte fundamental,
fue más allá. En el surrealismo lo más importante, lo más
vanguardista, no fueron sus “técnicas” o aquello que Bretón
convirtió en “escuela” sino el hecho de quitar la divinidad del
centro y en su lugar poner al hombre. El surrealismo encarna “una
concepción total del hombre y del universo”, como decía Enrique
Molina. Y eso fue lo realmente revolucionario.
18
— El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las
sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te
resultan? ¿Cómo reordenarías con algún criterio, orientación o
sentido?
HT
— El silencio como lo sorprendente son aspectos cardinales, la
combinación de ambos me impulsa a la escritura y refuerza lo místico
que hay en mí. Hasta diría que no me imagino sin ellos. El fervor
es una característica importante en mi poesía del mismo modo que lo
es en mi forma de ver el mundo y de transitarlo. No la oscuridad,
pero sí la penumbra es una vieja y querida compañera por la que me
siento abrigado siempre. La gravitación de los gestos, para alguien
tan detallista como lo soy, tienen un componente principal a la hora
de conectarme tanto con la escritura como con el entorno. El
sentimiento de desolación y del que soy totalmente consiente porque
la vida me ha enseñado a reconocerlo bien, me arrastra a la
tristeza, motivo por el cual trato de apartarlo aunque inútilmente
muchas veces. En cuanto a la intemperancia, la dejo para el final
porque me reconozco (y se me reconoce en el ámbito de lo íntimo)
como una persona intolerante y lo soy, pero sólo frente a las cosas
que -según mi visión- atentan contra lo humano.
19
— ¿Qué significa para vos —y elijo aquel cuyo título me
entusiasma— tu libro “El nadador unánime”?
HG
— El Nadador Unánime es una serie de poemas breves, un recorrido
por una parte sustancial de mi infancia y un homenaje a mis abuelos
maternos. Mis abuelos vascos tenían un pequeño tambo en las afueras
del pueblo y muy cerca del río en San Antonio de Areco, a 100
kilómetros de Buenos Aires. En las vacaciones de verano me quedaba
con ellos, ya que mi padre atendía su negocio y mi madre y mi
hermana regresaban con él a la capital. También las vacaciones de
invierno y los fines de semana largo eran en Areco. Para un pibe
urbano como yo, aquel era un mundo de fantasía. Esos altos montes,
la vastedad de la llanura, los pájaros, los insectos (que me siguen
maravillando), los animales de granja y los otros, ese río (en el
que aprendí a nadar) y su paisaje; en fin, todo un concierto de
asombros. Y ese mundo diferente que me rodeaba presidido por mis
abuelos, mis dos más grandes y amados fantasmas.
Antes
de pasar a lo central de tu pregunta quisiera detenerme en otro
asunto: No puedo hablar por todos, claro, sólo hablo de mí y de lo
que a mí me pasa. La poesía siempre responde en primera instancia a
una lógica de las emociones. Entre los pasos inevitables que me
llevan finalmente al poema, es decir: la contemplación, la
revelación y la aproximación, pasos en donde siempre está presente
lo inasible de la belleza, es el niño que vive en mí -el niño como
representación de lo instintivo o su rostro más salvaje- quien
late, intuye y me empuja a la escritura. Luego el adulto es quién
corrige, porque es el adulto el que sabe, el que razona, el que
intelectualiza. Pero al poema lo hace el niño, siempre, porque es el
niño, aún frente a las cosas más triviales de lo cotidiano, quien
avista, se conmociona y traduce a través de la palabra hecha imagen.
Volviendo
al Nadador Unánime, en un momento que no puedo precisar surgieron
estos textos que conformaron el poemario. Fue una irrupción
vertiginosa, como suele sucederme, escrito en unas pocas semanas en
un estado de inquietud ensoñada que generalmente saca de sus
casillas a mi entorno. Y también como suele sucederme, así como la
escritura nace intempestivamente, la corrección fue de una lentitud
embalsamante. En mi poesía la presencia de la naturaleza es una
constante, un elemento permanente en mi discurso poético, pero no lo
transcendental; en este poemario sí lo es y para responder en
concreto a tu pregunta diría que El Nadador Unánime es para mí el
intento de atrapar la felicidad de aquel mundo perdido. Aunque si lo
pienso bien, esa persecución está en toda mi poesía porque, al fin
y al cabo, como diría Molina, la poesía es “el demonio de la
insatisfacción permanente".
20
— Santiago Espel —como vos, integrante de “La Sociedad de los
Poetas Vivos”—, en su “Notas sobre la poesía” se formula las
preguntas que ahora te transfiero: ¿Dónde refleja el poema su
época? ¿En el tratamiento del lenguaje o en los temas que aborda?
HT
—En ese sentido puedo pensar que el poema refleja su época en
ambos planos, podemos encontrar muchas muestras de ello; pero creo
que más allá de los sucesos que, parafraseando a Marx, son
cíclicos, lo que definitivamente determina la época en el poema es
el lenguaje. No obstante pienso que la buena poesía es atemporal.
Voy a ese tipo de ejemplos antipáticos, extremos e inútiles:
¿Podemos imaginar la irrupción del movimiento piquetero del siglo
XX descripto en el lenguaje de Quevedo o de Góngora? Al menos nos
haría gracia. Trataré de dar otro ejemplo pero en la dirección que
intento responder y para ello regreso a Enrique Molina, para mí
quizá el mayor poeta que ha dado nuestro país. Creo y pienso y
siento que la mejor poesía es lárica y es lírica. Lo lírico en
Molina es claro, está dado por el uso de sus imágenes sorprendentes
y la conmoción que de ellas se desprende. En cuanto a lo lárico,
Molina no se detiene nunca en una geografía, su lugar es el mundo.
¿Y esto qué tiene que ver con la pregunta? Pues que en la poesía
de Molina no hay temas que se vinculen con un tiempo en particular,
con sucesos fidedignos, con aspectos de la realidad histórica. La
época, el tiempo, para Molina es el de la poesía y lo que lo hace
un contemporáneo es justamente su lenguaje.